Se debería exprimir a este buen fraile. Por Iñaki Anasagasti

Tiene 87 años. Está como una rosa. Simpático y hablador, sabe siete idiomas y nada más verle en su mostrador de la recepción del Monasterio de la Oliva en Carcastillo (Navarra) te cuenta que nació en Azpeitia y en clase les obligaban a hablar en castellano y si lo hacían en euskera les ponían una rayita. A las diez rayitas, multa de una peseta. Era la manera de erradicar una lengua propia. Para aprender castellano lo mandaron a Navarra a cuidar vacas y acabó en Bilbao en la calle Henao trabajando en una pastelería. Estuvo cuatro años y tras eso nos fue relatando los países a los que fue enviado como misionero. Pasó tres años como organista y encargado de la tienda en la Colegiata de Zenarruza y ahora está en La Oliva, magnífico  monasterio  románico de 1.140 con un claustro precioso, hostería e iglesia grande y silenciosa con el órgano en medio de la nave principal. La Abadía cisterciense tiene mucha vida, además de la abacial y es muy visitada, por excusiones y alumnos para preparar exámenes.

Si van allí le encontrarán a Fray Gregorio Azpiazu con sus mermeladas, galletas, quesos, mieles y vino de Consagrar y de Refectorio. Será difícil salir de allí sin algo en las manos gracias a la calidad de los productos y a la conversación envolvente del fraile que no para de contar vivencias. Por eso digo que una productora, un historiador, un Argiñano, un buen periodista, ETB creando una serie de tipos humanos singulares debería acordarse de este hombre con historias de todo tipo hoy  irrepetibles.

Vaya a la Oliva, admire el gran monumento y converse con un fraile único. No perderá  el tiempo. Viene el verano y no todo es playa y chiringuito.

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