“Alejarse de los años al ritmo de la vida. Sé como el agua, amigo”. Por José Manuel Dapena Varela

En tanto se acercan una nueva tarta y más velitas (el 6 de febrero está a la vuelta de la esquina del calendario), me alejo de los años al ritmo de la vida… y del tiempo. El tiempo (el meteorológico) es gris y frío, como es ley que sea en esta estación y en estas latitudes. Tras los cristales lloran las nubes.
Hay días en los que tan solo apetece mirar y uno queda pensando en nada. Cuando el mundo se torna grisáceo, dejar vagar libremente el pensamiento es la lima, la escala, el santo y seña. La vida es una suerte de cebolla y entretiene ocuparse pelándola capa tras capa, evitando llorar. Aunque, a fin de cuentas, el llorar es agua. Y en mayor medida nosotros somos agua. Según los datos a mi alcance, el cuerpo humano está compuesto en un sesenta por ciento de agua; el cerebro, en un setenta por ciento; la sangre, en un ochenta por ciento; y los pulmones, en un noventa por ciento. Agua, agua, y agua: oro líquido, vida.
Nos preocupamos del agua, o cuando no la tenemos, o cuando la tenemos en exceso. Los seres humanos somos así. Llamamos a nuestro planeta Tierra y, sin embargo, casi toda la superficie es agua: océanos, mares, lagos, ríos, arroyos, glaciares, hielo, nieve… Pura contradicción o deseo de estar con los pies en el suelo.
Soy de la generación de «Dune» (el planeta desértico imaginado en 1965 por Frank Hertbert, habitado por los fremen, respetuosos hasta el extremo con ese bien tan preciado: el agua); de la generación de Bruce Lee y su «Be water, my friend«.
Esta célebre cita de Bruce Lee se escuchó en una mítica entrevista que le realizó el periodista canadiense Pierre Berton, para su programa de televisión allá por el año 1971: «No te establezcas en una forma, adáptala y construye la tuya propia, y déjala crecer; sé como el agua. Vacía tu mente, sé amorfo, moldeable, como el agua. Si pones agua en una taza, se convierte en la taza; si pones agua en una botella, se convierte en la botella; si la pones en una tetera, se convierte en la tetera. El agua puede fluir o puede aplastar. Sé como el agua, amigo. El agua que corre nunca se estanca… Hay que seguir fluyendo”. Fluir con sentido, añado yo.Una amiga publicó hace unos días en su perfil de Facebook la siguiente frase: «No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió«. Tengo por cierto que la nostalgia es el camino más idóneo para ir a ningún sitio. Si hay que ir, se va; pero ir para nada es tontería. Mejor fijarse una meta, un objetivo, un final de etapa. Y tras una etapa, otra. Fluir…
Todo esto venía a cuento del agua, del tiempo…
Como os decía: mientras me alejo de los años al ritmo de la vida, por los cristales de las ventanas corren lágrimas de lluvia. Al otro lado del cristal está el calor del hogar y la sonrisa en la cara.
Miras hacia adentro del agua y hacia afuera por el cristal de tu ventana transparente como las capas de la cebolla y el agua limpia. Un abrazo, amigo