Domingo electoral de paradojas. Los ganadores llorando por las esquinas, los derrotados dando saltos de alegría. Las encuestas fallaron, el infame Tezanos fue el que más cerca estuvo, y España se ve abocada a una legislatura en la que Frankenstein será el renovado arquitecto de una mayoría avalada por seis o siete partidos, que ya perdimos la cuenta.
Lo más pintoresco de todo es que el que decidirá el match será un pintoresco personaje que lleva chuleándose de España desde hace más de un lustro con la complacencia de Europa. Escondido en Bélgica, prófugo de la justicia, burlador nato de la ley, el raciocinio y la dignidad, el gran Carles Puigdemont será el que tenga la llave con los votos de Junts para decidir si el superviviente Sánchez vuelve a la Moncloa. Es decir, un enloquecido y ególatra antisistema decidiendo la clave del sistema.
Cataluña y Euskadi vuelven a ser el centro de todo. ¿Pedro I el Grande se verá con las fuerzas suficientes para respaldar las exigencias de los independentistas y plantear referendos de autodeterminación vinculantes o no vinculantes? No puede por vía legal, la mayoría absoluta del PP en el Senado le imposibilitaría la intentona. ¿Es capaz de negociarlo? Sin duda. El narciso que preside el consejo de ministros tiene pocos límites.
¿Y el PP? Los ayusistas ya empiezan a pedir cabezas por los resultados de una campaña algo errática y que se iba desinflando en los últimos días. Feijóo no podrá formar gobierno ni con Vox ni con nadie. Tras 4 años con mayorías absolutas en Galicia, y con casi toda la prensa regional soplando a su favor, el de Os Peares debe estar pensando cómo salir del este atolladero. Los de Abascal bajan casi una veintena de escaños. Otra lección que deja el día de ayer.
¿Y la posibilidad de una repetición electoral? Tampoco es inviable. España quedó ayer más ingobernable de lo que ya era. Vienen tiempos duros. Pero los españoles hablaron ayer, ni alto ni claro, pero aguardemos a los designios del huido Puigdemont.