Los niños no son nuestros. Por Miguel Abreu

por Miguel Abreu

Son tan nuestros que esperamos que los demás los traten como si fueran suyos. La alegría de ser padre y madre es algo tan indescriptible, que si queremos encontrar una definición seguramente tendremos muchas dificultades para definirla.

Cada uno de nosotros es siempre hijo de alguien, y junto con el nacimiento de cada uno de nosotros también vino el deseo de que tuviéramos un mundo perfecto para vivir, sobre todo que cada uno de los demás cuide de cada uno de nosotros.

¿Es así como se hace? ¿Cuidamos de los hijos de los demás como deseamos de los nuestros? Preguntas intrincadas que requieren la experiencia de una paradoja: el abandono de la posesión sobre lo que creemos que es nuestro, y cuidar de aquellos que consideramos responsabilidad del otro. Reflexionando en profundidad sobre estas cuestiones llegaremos al meollo de la cuestión de la supervivencia humana: ¡Solo existiremos mientras nos cuidemos unos a otros!

Siempre seremos padres e hijos de alguien de por vida.

La fertilidad va más allá de la carne y es el resultado de una relación profunda de amor libre y desinteresado. Es el deseo, sino de todos, de la mayoría de los padres que sus hijos de la carne reconozcan y mantengan el vínculo biológico que los une. Sin embargo, si la cuestión de la fertilidad se queda sólo en la relación biológica, siempre será una fertilidad pobre y no fructífera.

La mayoría de las veces, ser fructífero no involucra la carne, es el resultado de algo más profundo que se perpetúa más allá de la carne. Lo que transmitimos a través de cada una de nuestras acciones es un legado universal para la humanidad. Es más transformador que la desmultiplicación de las cadenas de ADN que nos dan nuestras formas. Decimos que somos una familia del corazón, porque en nuestra manera de ser sensibles tenemos que darle cuerpo a lo trascendente que nos cuesta comprender.

Cada uno de nosotros lleva dentro y es reflejo de miles de momentos de aprendizaje que no son de la sangre. Provienen de aquellos signos que nos inspiran aquellos con los que nos cruzamos, aquellos con los que tratamos, por aquellos cuya forma de ser nos marca y, que después de que se hayan ido, los mantenemos vivos en sus gestos que cada uno de nosotros replica innumerables veces a lo largo de cada una de nuestras vidas. ¡Esta es la verdadera fertilidad porque nunca nos deja huérfanos!

Etiquetas
Comparte éste artículo
Escribe tu comentario