Paula Martín «Paulita», 20 años recién cumplidos, estudiante de tercero de Náutica, boxeadora, campeona gallega, la hija o la nuera que todos quisiéramos tener. La verdad es que esta joven deportista de las 16 cuerdas me cogió por sorpresa y a pie cambiado cuando sacando fuerzas de su interior, me dijo que quería combatir, era el mejor homenaje a su abuelo recientemente fallecido. Nobleza y generosidad hacia su deporte, el boxeo, ofreciéndole a su abuelo el triunfo, que la proclamó campeona de Galicia de boxeo aficionado.
Llevo 17 años, impartiendo clases de boxeo, 17 años en los que me encontré en situaciones de todo tipo, situaciones que me acostumbraron a lidiar con todas las circunstancias, la más reciente, la llegada por la puerta de Dani Moukoko, coruñés nacido en África, con un corazón de oro, que lucha en su día a día por alcanzar la prosperidad, a través del noble arte del boxeo, querido por toda la muy noble y muy leal ciudad da Coruña, pero al que una muy pequeña minoría ruidosa, no le perdona haber llamado a la puerta de este club de los humildes, instalado en el coruñés barrio obrero de Katanga, y totalmente alejado de la vanidad. De la misma manera, esa minoría no le perdona el haber nacido en África, pobre y negro. Los vanidosos olvidan que no importa el color de su piel, la importancia es su grandeza de corazón y su espíritu de superación a base de trabajo y constancia. Dani Moukoko es uno de los nuestros.
Pero a lo que íbamos. Paulita como bien decía, me cogió por sorpresa y con el pie cambiado. El domingo cinco de noviembre, estaba inscrita para disputar la final del campeonato gallego senior de boxeo aficionado en la categoría de menos de 50 kilos. El día uno, me comunica que su abuelo acababa de fallecer y que el viernes día tres se entierra, y así, sin anestesia ni nada, me pregunta si participar en la citada final o avisar que no se celebre el combate por el luctuoso acontecimiento familiar, tan noqueado me sentí, que me quedé sin capacidad de reacción. Me propuse pensar, decidir y actuar sobre la marcha. El primer paso, hablarle para que me respondiera, mi única intención era escucharla, para notar y sentir cómo se encontraba, después de hora y media de conversación, me quedó claro que era un criterio suyo, y fuese la decisión que tomase, tendría el mayor de mis respetos, se decide a participar. Y es ahí donde la buena de Paulita pone a prueba su resiliencia, igual que me pone a prueba a mí. Cuatro días de gestión emocional, silencios muy prolongados durante el viaje y estancia en Sanxenxo, solamente interrumpidos por las bromas del resto del equipo, empeñado en hacerle la vida agradable, lo consiguieron de forma sobresaliente. Uno que no se suele explayar mucho en consignas, se para a hablar con ella tres horas antes de combatir, para decirle: «Paulita, tres consignas para el combate de hoy, la primera disfrutar, la segunda disfrutar y la tercera disfrutar, tu abuelo desde arriba va a estar muy orgulloso de ti, ganes o pierdas (en ese momento esos ojos que delatan tanta nobleza se tornan vidriosos, conteniendo las lágrimas), intenta divertirte entre las 16 cuerdas y boxear bonito»
Llegada al Pabellón Baltar, le decimos que se cambie rápido, para colocarle las vendas y ponerle la vaselina en la cara, realmente no había tanta prisa, pero quisimos que se metiera en el combate mentalmente lo antes posible, disfrutando y evitando que se distrajese en otros más que lógicos pensamientos. Llega el momento de subirse al ring, haciendo un ejercicio de resiliencia máxima (todos sabíamos del vínculo emocional que le unía a su recién finado abuelo), cruza el encordado con su media sonrisa habitual, esa media sonrisa que delata que se encuentra en su hábitat natural, donde es feliz, durante los tres asaltos reglamentarios del boxeo aficionado. Paulita consigue dejar a un lado todo, y dar su habitual recital de maestría y ortodoxia cada vez que se calza los guantes, termina el combate, y es proclamada campeona gallega, una sonrisa se le escapa hacia la esquina, hacia Andrés Valeiro, hacía Andrés Nisa, hacia un servidor, y lanza un guiño a la grada, para agradecer la excelente ayuda dispensada por el preparador físico, el Profe Darío Gerpe. Nada más, sin aspavientos, sin gestos ostentosos, reaccionando de esa forma que solo lo hacen los que viven trabajando en silencio, los que se mantienen alejados de la vanidad, el ego y el apego, los que viven dando muestras constantes de humildad, gratitud, de pureza de alma.
Lo primero, al bajar del ring, una foto para mandarle a su abuela, que es a la que hay que cuidar ahora. A partir de ya, toca seguir trabajando dentro y fuera del ring, pero sí, «Paulita» Martín ya es campeona gallega.