Europa cada vez más sola. Territorio envejecido, en el que la mezcla de culturas, derivada de movimientos migratorios cada vez más expresivos, es inevitable debido a la necesidad de combatir el vaciamiento provocado por la extrema baja natalidad, que no responde a la necesidad mínima para la regeneración de las generaciones. Haber optado por hacer efectivas medidas y vivir en el presente el «ideal de vida», con base en palabras de líderes sin escrúpulos quizás haya sido un error. Es tiempo de despertar del sueño y enfrentar la realidad.
Atentos a los pronósticos del otro lado del Atlántico, y viviendo con una guerra a nuestra puerta, es imperativo que los líderes políticos europeos y los jefes de los gobiernos de los países que constituyen Europa, incluyendo los aliados naturales, desarrollen e implementen medidas para que sea posible para los ciudadanos europeos dejar de vivir acorralados entre el miedo de ser abandonados y lanzados al «lobo feroz», y el propio «lobo feroz».
Es impensable para el ciudadano europeo continuar viviendo atrincherado por el miedo permanente, subserviente a personas sin carácter y sin ética, y aprisionados por sistemas políticos que no tienen como principios el bien común y el respeto por la integridad y libertad de la vida humana. Si las estadísticas se confirman, no será el próximo presidente de los EE.UU. quien vendrá a defender a Europa del vil e insaciable ladrón que está a la puerta. Tanto uno como otro (con nuevos modelos de dictaduras, pero métodos de acción antiguos), parecen tener en sí un deseo revivalista de volver algunos siglos atrás, o sea dividir el mundo entre ambos. La cuestión es que, como en el pasado, hoy en día siguen existiendo líderes políticos con ideas expansionistas. La mecha ya está en llamas, solo falta saber cuál es su longitud hasta explotar universalmente. Hay un dato adquirido, y más que probado por la historia de la civilización, la violencia genera violencia, y con la guerra todos perdieron.