Tras La Sirena de Fonmiñá y La estela del peregrino, llega Sabela Andrade. El nombre de su protagonista da título a la esperada culminación de esta trilogía que ha atrapado las almas y los corazones de los lectores, una obra vibrante y dinámica que engancha desde la primera página y no da respiro, y en la que destaca el dominio de la prosa, amable y ágil, pero también explícita y dura. Su cuidada ambientación hace que el universo ficticio creado por la autora se perciba siempre como real.
El lector se instalará en ese entorno en el s. XVIII sin que nada le chirríe. Las descripciones de paisajes, afinados con un gran grado de detalle y precisión, y personajes, los cuales están perfectamente construidos y dotados de una complejidad importante, lo que les hace bastante poliédricos, y con altas dosis de contenido subjetivo y psicológico, la precisión de las fechas, que acaban convirtiéndose en un componente básico de la trama, y sus diálogos, que brillan por su naturalidad y viveza, acentúan la verosimilitud de lo narrado.
Esta obra que ahonda en diversos aspectos de la condición humana, como son la mentira, la traición, la culpa, el perdón o el amor, configura un fresco unas veces siniestro y otras luminoso, pero siempre trepidante, que harán que el lector contenga el aliento en más de una ocasión y a nadie dejará indiferente tras su conclusión. Por muchos motivos, Mª Carmen Navascués Capdevila, su autora, se ha superado, después de que sus dos primeras novelas dejasen tras de sí un batallón de lectores ávidos de su continuación.