Hemos llegado a un punto tal en el que resulta lógico pensar que Sánchez posee el don de convertir en ludópatas de mal carácter, que es lo peor que puedes ser si juegas, a personas que quizás no han comprado ni una humilde participación de lotería en toda su vida. Ni siquiera por Navidad.
Puestos a pensar, parece que todos estos apostantes a uno solo y el mismo número, el de ver a Sánchez abandonando la política porque ellos lo valen, se dejan engañar por una apariencia de vulnerabilidad del marido de Begoña que solo existe en sus cabezas porque, en realidad, se llama flexibilidad. Sus ecuaciones mentales, cada uno, la suya, pero todas iguales, tienen tan poco fundamento como las de quienes creen que dominan los trucos que les harán millonarios en cualquier sorteo al que decidan jugarse un euro.
Solo por recordar algunos casos, inevitable Susana Díaz cuando pensaba que podría manejarlo, un deseo que inmortalizó con aquello de «no sirve, pero nos sirve», compartido con los de su cuerda tras ganar, él en 2014 y por vez primera, el liderazgo del PSOE.
También el Pablo Iglesias que comenzó a cavar su propia tumba tras el gran, pero insuficiente éxito del 20D de 2015 cuando, convencido de un «sorpasso» que saldría sí o sí si se repetían las elecciones, decidió apostar a que Rajoy siguiera en La Moncloa con tal de que Sánchez no tocara poder antes que él. Ni siquiera consideró el escenario de que un Sánchez gobernando con solo 90 escaños estaría condenado a contar con Podemos para cualquier votación en el Congreso, o suicidarse pactando imposibles con un PP que tenía 120.
Aunque muchos del PSOE borrarían de su historia centenaria aquellos ocho meses que fueron mucho más que un paréntesis, es inevitable recordar que ese fue el tiempo que Sánchez tardó en recuperar un liderazgo que había dejado en septiembre de 2016 empujado por los mismos que después no supieron impedir que volviera por la puerta grande de una victoria por mayoría absoluta en las primarias contra la Susana de antes y que hoy, políticamente cadáver, se presta a los agasajos oportunistas del PP gobernante en Andalucía. Qué distinto lo de Patxi: aceptó la derrota y lleva años cumpliendo un buen papel junto a Pedro.
Así que Sánchez regresó con tanto margen de maniobra en mayo de 2017 que solo un año después fue capaz de conseguir hasta votos independentistas para sacar de la Moncloa a un Rajoy «políticamente muerto» en la primera moción de censura triunfante de verdad. Y eso que pocos meses antes había apoyado cierto discurso de un 3 de octubre y un 155 para Catalunya. Hoy, la mucha prudencia de don Mariano se entiende bien porque sabe que pisará cárcel si Pedraz consigue más documentos de Interior relacionados con los espionajes y demás ilegalidades cometidas contra Podemos y contra los independentistas, también en Andorra. Y eso podría depender de Sánchez.
Sin salir del PP, a Pablo Casado mejor ni mencionarlo, pues este «masterizado» habría fracasado hasta sin la mala suerte de coincidir con Pedro Sánchez.
En este reguero de víctimas de sí mismas que Sánchez aparenta olvidar, merece la pena recordar aquel Rivera que, entre abril y noviembre de 2019 perdió el 60% de los votos y el 87% de los escaños, otra víctima, en esto coincidiendo con Iglesias, de esa ambición malsana que los llevó a pensar que un día les beneficiara la misma normativa electoral desigual que siempre les había perjudicado, aunque no tanto.
¿Por qué estos dos fueron víctimas de sí mismos también en lo de la LOREG? Porque ambos pudieron incluir su reforma como condición para conceder las investiduras de Rajoy y de Sánchez y ni siquiera lo intentaron.
Abriré paréntesis para una reflexión nacida del sentido común: si en menos de una década el electorado ha dado muchas más muestras de cambios de opinión en el momento decisivo de las urnas que en las tres anteriores, ¿no será que Sánchez, con esas negociaciones sin complejos que otros llaman «engañar a sus votantes» y quienes no le odian tanto «cambios de opinión», se parece más a los electores que acuden a las urnas, incluso aunque no todos le voten?
A la hora de pensar en lo de Peinado, debo confesar que las instrucciones judiciales no son lo mío, pero algunos que sí saben y lo escriben ya advertían de la posible querella y, cuando hablo con quienes incluso han instruido causas me dicen que solo pueden comprender a este juez desde la perspectiva de quien está quemando el último cartucho para pasar a la historia, sea cual sea el resultado y porque después se jubilará. De haber pisado la Moncloa para interrogar al presidente no puede presumir cualquiera y hay que reconocerle que ha sido capaz de organizar un sorteo ganador o ganador, porque lo organizó él y solo para él.
Así cualquiera, pero si das el primer golpe, allá por el mes de abril, y ves que tu víctima reacciona publicando una carta para ganar en Catalunya, acto seguido gana en Catalunya y después pacta con los independentistas para gobernar, Illa mediante, desde Moncloa, y «federalizar» España comenzando un viaje que nadie sabe dónde acabará, pero siempre con él al timón de la nave, pues, la verdad, o Peinado era el mejor aliado de Sánchez y no lo sabíamos, o el más tonto de sus derrotados.
Quizás el señor juez se había creído su propia figura jurídica, la de interrogar a Sánchez como «particular» y testigo, y que por eso el presidente iba a renunciar a los derechos y privilegios que la ley le concede como tal. Más le vale a Peinado darse con un canto en los dientes porque Sánchez no prohibiera la entrada en el complejo de cualquier coche Renault CLIO azul eléctrico, cosa que probablemente, por motivos de seguridad inventados o no, podría haber activado.
Pero no, Sánchez es mucho más fino, pero también más ejecutivo, de ejecutar. Y si no, al tiempo, que él mismo ha dicho que es lo que «pone las cosas en su sitio».
Por su parte, García Page puede decir lo que quiera, que hace tiempo que se le nota demasiado que lo que persigue es mandar desde Ferraz, pero haría el ridículo, y terminaría perdiendo incluso La Mancha, si por «mantenerla y no enmendarla» terminara quedando hasta por detrás de los barones del PP a la hora de reclamar para sus respectivos territorios las mismas o similares ventajas «desiguales», perdonen que me parta de risa ahora que termino, que Sánchez está firmando con los catalanes para poder gobernarlos.
Punto y aparte merecen los independentistas, estos inmortales, aunque ahora también confundidos por las flexibilidades nada vulnerables de Sánchez.
Si tuvieran un instante de cabeza fría, le presentarían al presidente una oferta-ultimátum que nunca podrá rechazar.
Que el rey de España no pueda cometer delitos en Catalunya.
Si Sánchez acepta, que puede hacerlo y sabe cómo sin tocar la Constitución (o que le pregunte a Carmen Calvo), le podrían votar algo alguna vez en Catalunya y en el Congreso.
De lo contrario, ni agua.
Y Sánchez, inmediatamente a lo suyo porque, ¿quién podría impedirle que extendiera por todos los territorios la eficacia de la derogación de tan abyecto y franquista privilegio?
¿Y quién se atrevería a quitarles a los catalanes independentistas el mérito de haberse jugado el tipo por una modernización tan necesaria y evidente?