Desconfía de quien dice: “O estás conmigo o contra mí”, pues solo pretende arrebatarte la libertad.
Aunque este título suene a verso de Miguel Hernández y su Niño yuntero, encaja perfectamente en la preocupación que hoy deberíamos tener los adultos. Pero el ser humano está pasando de ser un sujeto inteligente y consciente a torpe e inconsciente. O tal vez fue siempre como es y son las malas influencias, los adoctrinamientos, la creación de actitudes y conductas propiciadas por un determinado contexto, un ambiente y entorno enmarcado en la cultura social del momento, en lo que solemos llamar el espíritu de los tiempos (el Zeitgeist del pensamiento hegeliano), que, al fin y al cabo, determina el marco de la ideología prevalente. En el fondo, no es más que una forma de entender y vivir la vida, en un momento dado, bajo una ética y moral maleables, sujetas a la influencia de las formas e ideas imperantes para crear una sociedad acorde a determinados intereses de grupo.
En este tiempo enrarecido estamos asistiendo a un esperpento social, a la irracionalidad perversa que nos manipula con bulos, posverdades, desorientaciones y despistajes. Digo despistaje porque mientras centran el conflicto y el debate en una cuestión de orden inferior, están trabajando en conseguir algo superior para sus intereses. Y caemos ingenuamente en esa distorsión. Estamos enfrascados en el debate callejero sobre la legalidad de la amnistía, que ya se encargará el Tribunal Constitucional de dilucidarlo, mientras los problemas domésticos se agravan día a día. Las listas de espera en sanidad se disparan, nos cuelan estrategias planificadas de desensibilización para que entre sin dolor la privatización, o nos desvían del tema principal centrándonos en el secundario mientras ellos esconden detrás todas sus miserias…
Hasta ahora, que yo sepa, no se ha infringido la ley que sustenta el sistema democrático. Todo se ha hecho con respeto a la Constitución, por mucha especulación que haya. El proceso electoral fue limpio, el resultado claro y los pasos seguidos para formar gobierno se ajustan a lo establecido; o sea, el Gobierno lo alcanza quien recaba mayor número de apoyos parlamentarios, entendiéndose que igual vale un parlamentario de la extrema derecha que de la extrema izquierda pasando por el centro. Todos los parlamentarios están reconocidos y avalados por la propia Constitución.
Eso no quiere decir que no se puedan, incluso deban, manifestar las divergencias, más bien al contrario, pero siempre reconociendo que el ejercicio del poder le corresponde a quien gobierna, ya sea gobierno central o periférico. Ese es el juego democrático, incluida la lealtad constitucional de la propia oposición.
El político, al que se le supone el honor de ser un servidor del pueblo, debería ser ejemplo para la ciudadanía; ejemplo de cordura, de sentido común, de respeto a las leyes y referente conductual para el debate ciudadano. Sin embargo, estamos asistiendo a todo lo contrario. Son habituales las descalificaciones, los insultos, las incongruencias argumentales y, sobre todo, la capacidad para detectar la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio. Estamos en una etapa de política excesivamente tóxica, enrarecida y peligrosa, donde todo podría irse al traste si no andamos con cuidado. Eso quiere decir que nuestros políticos no están a la altura y pierden el sentido de Estado para enfocarse en su propio ombligo, lo que es tremendamente peligroso para el sistema.
A uno le sorprende, siendo defensor a ultranza del respeto al derecho de manifestación, faltaría más, que el mundo de la política, en general, no haya dejado claro el rechazo a la forma y fondo en que se actuó en el cerco a la sede del PSOE en la Calle Ferraz. La función de la manifestación es la expresión de un sentimiento o idea y no el intento de revertir resultados electorales recién salidos de las urnas. Otra cosa es que esas denuncias lleven a los gobiernos a perder votos en las próximas elecciones por cambio en la voluntad ciudadana.
Aquí no vale aquello de “Hundamos al país para que echen a estos y vengamos nosotros a salvarlo con arreglo a nuestros intereses”. Ya dijo algo parecido el Sr. Montoro hace algunos años.
El deterioro y la desafección política se ven progresar día a día. Tenemos referentes extranjeros muy preocupantes, como son Trump y Bolsonaro con salidas esperpénticas y peligrosas, incluyendo el asalto al Capitolio instigado, según se va viendo, por el propio Trump y sus seguidores, por no aludir al mayor esperpento de la democracia que es ese señor de la motosierra con cara de loco irracional y tremendamente peligroso para la libertad en una sociedad humanista y solidaria. La injuria, la ofensa, el desprecio, el escarnio y la agresividad como de expresión política, el insulto en boca de presidentes o presidentas de comunidades y el cinismo en su explicación dejan mucho que desear.
El problema, bajo mi modesta opinión, es grave. Esta gravedad obliga a la ciudadanía a pensar, a ejercer el sentido común, dejando de lado, dentro de lo posible, el sesgo confirmatorio; o sea, dar crédito a lo que dicen los suyos y descrédito a lo que dicen los otros. Por tanto, debemos tener criterio para centrar los problemas en su justo término y no dejarnos arrastrar por intereses espurios de políticos venales.
Creo, sinceramente, que tras casi 50 años de democracia no hemos sido capaces de formar a ciudadanos políticamente responsables con mentalidad democrática. Empezando por la escuela. Necesitamos incluir en el perfil formativo del niño los valores democráticos de respeto, tolerancia con lo divergente y la capacidad de gestionar el debate constructivo, neutralizando a los elementos tóxicos que potencian la confrontación y la descalificación. La patria es de todos y no de unos cuantos que pretenden apropiársela.
Por tanto, como decía al principio, ¿quién salvará a ese chiquillo del peligro que le acecha?
Antonio Porras Cabrera
Natural de Cuevas de San Marcos (Málaga), es profesor jubilado de la Universidad de Málaga; Psicólogo, Enfermero especialista en Salud Mental y gestión hospitalaria.
Profesionalmente, se ha dedicado a la asistencia y gestión sanitaria y a la docencia universitaria. En su faceta de escritor y poeta, tiene publicados 11 libros de diversa temática: poesía, ensayos, novela, relatos, etc. colabora en varias revistas literarias y es articulista de prensa. Es miembro de la ACE-A, Ateneo de Málaga, presidente de ASPROJUMA (Asociación de Profesores Jubilados de UMA) e integrante de diversos grupos, en el campo digital, relacionados con la actividad literaria a nivel nacional e internacional.
Enviado por José Antonio Sierra