¿Complicidad o incompetencia? «La vergonzosa inacción policial ante los violentos del Frente Boquerón”. Por Jesús Suárez

por Jesús Suárez

@jsuarez02111977

Este fin de semana, La Coruña fue testigo de uno de los episodios más vergonzosos y peligrosos que una ciudad puede sufrir. El partido entre el Deportivo y el Málaga, declarado de alto riesgo desde el inicio de la semana, se convirtió en un espectáculo no solo de violencia descontrolada por parte de los ultras del Frente Boquerón, sino de una gestión policial que ha dejado mucho que desear, por no decir que fue prácticamente inexistente. La ciudad fue tomada por más de 200 individuos que llegaron no para animar a su equipo, sino para desafiar abiertamente a toda una ciudad, sembrando el caos, la destrucción y el miedo.

Lo que resulta más impactante y preocupante es la total falta de previsión y acción por parte de las fuerzas del orden. Se sabía desde hacía días que este partido representaba un peligro potencial. No es una cuestión de sorpresa ni de improvisación; estaba más que claro que la presencia del Frente Boquerón, un grupo bien conocido por su historial de violencia y extremismo, requería una respuesta contundente. Sin embargo, lo que se vivió en La Coruña fue justo lo contrario: la inacción más flagrante y la permisividad más peligrosa que se puede esperar de aquellos que tienen el deber de proteger a los ciudadanos.

¿Qué sentido tiene declarar un partido de alto riesgo si luego no hay un despliegue policial que lo respalde? Desde el momento en que estos vándalos pisaron la ciudad, debió activarse un operativo que impidiera que llevaran el miedo a cada rincón de A Coruña. Y, sin embargo, lo que vimos fue un desfile de delincuentes que, lejos de ser neutralizados, fueron escoltados por la policía nacional como si fueran una comitiva real. Más de 200 personas, armadas, vestidas de negro, atacando bares, destruyendo propiedad privada y creando un clima de terror, mientras las fuerzas del orden se limitaban a seguirlos como si no tuvieran la autoridad, o la voluntad, de hacer cumplir la ley.

Es intolerable que se permitiera que estos individuos camparan a sus anchas, sin ninguna consecuencia.

¿Cómo es posible que no se llevara a cabo ninguna detención en el acto? ¿Cómo se explica que, en lugar de actuar con firmeza y expulsar a estos delincuentes de la ciudad, se les escoltara hasta el estadio de Riazor, como si el único objetivo fuera apartarlos de la vista de los coruñeses, pero sin resolver realmente el problema? ¿Desde cuándo la policía tiene la función de proteger a los agresores en lugar de a los agredidos?

Y lo más indignante de todo: ¿cómo es posible que, tras toda esta demostración de violencia y terror, los únicos detenidos sean dos miembros de los Riazor Blues? No es que se justifique ningún acto violento por parte de ningún grupo, pero resulta absolutamente incomprensible que mientras más de 200 ultras del Frente Boquerón destrozaban la ciudad, fueran precisamente dos aficionados locales quienes acabaran detenidos. ¿Qué clase de justicia es esta? ¿Dónde están las detenciones masivas de los verdaderos responsables de este caos?

Lo que ocurrió este fin de semana en A Coruña no es solo un fallo en la gestión de un evento deportivo, es una crisis mucho más profunda que afecta directamente a la confianza de los coruñeses en quienes tienen el deber de protegerles. La gente no debería tener miedo de salir a las calles de su propia ciudad, y mucho menos sentirse abandonada por quienes supuestamente deben velar por su seguridad. La imagen de más de 200 personas armadas y dispuestas a todo, marchando por La Coruña sin que nadie las detuviera, es algo que debería provocar una reflexión seria en las autoridades locales y nacionales.

Las explicaciones deben llegar de manera inmediata, y tienen que ser contundentes. No se puede seguir con este modelo de permisividad y de dejación de funciones por parte de las fuerzas del orden. Las autoridades tienen que rendir cuentas, empezando por el porqué de la ausencia de una respuesta adecuada a un escenario tan claramente previsto. ¿Por qué no se actuó con antelación? ¿Por qué no se detuvo a los violentos antes de que sembraran el caos? Y, sobre todo, ¿quién es el responsable de esta grave negligencia?

No estamos hablando solo de vandalismo, estamos hablando de terrorismo urbano, de un grupo de extremistas que llegaron a una ciudad con la intención de sembrar el pánico y lo consiguieron, con la pasividad —o la complicidad, a ojos de muchos— de las autoridades. Estos grupos no solo son violentos, sino que representan una amenaza real a la convivencia, y el hecho de que hayan podido irse de A Coruña sin que se les haya hecho frente de forma efectiva es una mancha imborrable en la gestión de la seguridad de este país.

A Coruña ha sido humillada, los coruñeses han sido aterrorizados, y los responsables de todo ello se han ido sin que nadie los detuviera. Las autoridades deben responder por esto, y hacerlo con hechos, no solo con palabras. Porque lo que pasó este fin de semana no puede volver a repetirse jamás. Las ciudades no son campos de batalla para ultras, y la ley no puede seguir siendo un mero espectador en estos enfrentamientos.

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