Valencia y el Estado Confederal. Por Felipe García Casal

por Felipe García Casal

La templanza tiene por objeto atemperar pasiones súbitamente sobrevenidas y dar paso a la razón.

No es tarea fácil y requiere un aprendizaje arduo y a veces estéril.

Para personas que tienen responsabilidades de nivel superior es poco menos que imprescindible. Como también debe ser para aquellos que tienen por profesión escribir, hablar y transmitir a los demás su visión de los diarios aconteceres.

Sobre todo cuando estos son tan luctuosos como los que están sufriendo nuestros hermanos valencianos.

Es un deber, pero a veces hurtado, cuando el corazón prima sobre la templanza a la que antes ponderábamos.

El espectáculo bochornoso de contemplar a políticos de primer nivel eludiendo responsabilidades y arrojándolas a los pies de adversarios políticos, hace que dudemos de la naturaleza humana de estos seres que mueren matando, con la esperanza de conservar las canonjias que dan cobijo y seguridad a unas vidas carentes de algo tan secular y necesario como es el servicio a su país y a sus compatriotas.

Supongo que alguna Fiscalía, incluso “in absentia” llamará a capítulo a los protagonistas de este iter negligente.

Pero seamos mesurados y prediquemos con el ejemplo.

Cuando la catástrofe del Prestige que ni ocasionó muertes (creo recordar) ni la fauna marina pereció, como bramaban ecologistas, biólogos y políticos de toda laya, cuando aquel suceso decía, se instruyó un procedimiento exhaustivo que duró años, mientras indignados de pancarta recorrían las calles amenazadoramente y metiendo en el zurrón de sus odios a todos aquellos que no fueran de su cuerda.

Por eso ahora hay que templar actitudes y evitar el griterío o el gesto iracundo que pugna por imponerse.

Sánchez nos hablaba como de pasada, de que íbamos hacia un Estado confederal. Si en un Estado unitario y autonómico se ha sufrido este carajal organizativo, no sé qué hubiera pasado en un estado que se encogiera de hombros y abandonara sus ya exiguas obligaciones.

Alguien tiene que explicar qué ha pasado aquí, más allá del origen de la tragedia ocasionada por una naturaleza descontrolada.

Después de la riada de 1957, el denostado Franco, embridó las aguas potencialmente peligrosas. Valencia se salvó gracias al desvío del cauce del río Turia y la construcción de embalses que incluso sirvieron de rechifla para sus adversarios políticos.

Parece ser que en tiempos de Ximo Puig se destruyeron 30 de estos embalses porque una ideología estúpida y ajena al sentir español así lo dictaminó.

El Ejército salió tarde, estaba preparado y ansioso por ayudar a sus conciudadanos que ni siquiera saben , porque las televisiones lo esconden, que sus hombres y mujeres defienden más allá de poltronas, oficinas, bares y galas múltiples y variadas, los intereses y la seguridad de España y los españoles.

También en esta ocasión, como no podría ser de otra manera.

La UME si, el Ejército no. Como si la UME fuera un apéndice de una pacífica y benefactora ONG.

Durante muchos años hemos oído a gurús de los medios de comunicación y políticos engreídos que las Fuerzas Armadas debían “llegar” al ciudadano. Magnífico contrasentido.

Hace no mucho tiempo, quien esto escribe, quedó estupefacto al escuchar a un alcalde de un pequeño pueblo decir que trataría de impedir que la UME actuara en su “feudo”

Pues pudiera ser que la dilación de la ayuda del Ejército se haya debido a prejuicios atávicos y fomentados, de políticos radicales y mequetrefes varios.

O las responsabilidades no están suficientemente delimitadas o las zonas de “solape” son muy anchas. O la “mente del legislador” no ha sido bien interpretada.

En catástrofes como la que nos ocupa y embarga, se impone la unidad de mando y habría que revisar a la baja, organismos de decisión más políticos que técnicos.

El “iter” abarca desde la AEMT, hasta la Dirección de Protección Civil y Seguridad, a los ministros de Defensa e Interior y me atrevería a decir que hasta los telefonistas, rememorando a aquel negligente que no alertó del ataque japonés a Pearl Harbor.

Valga lo exagerado del ejemplo.

Tiene, insisto, que quedar meridianamente claro a quién corresponde qué y de qué medios se dispone o se pueden solicitar .

La unidad de acción, mando y responsabilidad son inexcusables.

¿Y la presidencia de gobierno? Ustedes juzgarán.

Creo que el JEMAD, almirante general y siempre disciplinado y silente, en esta ocasión debe romper el estereotipo de hombre de uniforme y contar a los españoles su versión de los hechos.

Sus subordinados están que trinan y merecen que alguien les defienda más allá de las banderías que presiden las manifestaciones de los políticos. Incluyo entre estos últimos a Margarita Robles, por supuesto, que habla a la prensa en términos numerales, de los miles de soldados que trabajan .

Por cierto, no son considerados profesionales de riesgo. Ni los que ven volar los cohetes de Hezbola sobre sus cabezas allá en Líbano. Ninguno.

También la Directora del Departamento de Seguridad Nacional debería decir algo, ya que su jefe, Sánchez, dice más bien poco.

Un abrazo fraternal a los valencianos con la esperanza de que más que una España confederal, recuperemos una España unida por mucho que algunos quieran destruirla.

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