@jsuarez02111977
Hay días que deberían ser imposibles. Días como hoy, 25 de noviembre, que existen porque todavía hay hombres que creen que una mujer es suya. Que la pueden controlar, mandar, humillar, golpear. Y matarla, si hace falta. Porque en su cabeza enferma, en su ego podrido, una mujer no es una persona. Es un objeto, una propiedad, algo que se posee. Y si se rebela, si se escapa, si decide vivir sin ellos, la destruyen.
Es un tema incómodo, y por eso muchos miran para otro lado. O se esconden detrás de excusas baratas: que si las denuncias falsas, que si no todos los hombres, que si es un tema politizado. Tonterías. Disculpas de cobardes que no quieren asumir lo evidente: vivimos en una sociedad donde todavía hay hombres que creen que el amor se mide en golpes. Que si no pueden controlar a una mujer, la aplastan. Y no son unos pocos locos sueltos, no. Es una lacra, un cáncer social que atraviesa barrios, clases, culturas.
Porque la violencia machista no es solo un crimen individual. Es el síntoma de algo más profundo. Una enfermedad que empieza mucho antes de que un hombre levante la mano. Empieza en el lenguaje, en las bromas, en los roles que nos enseñan desde niños. En ese machismo estructural que dice que los hombres mandan y las mujeres obedecen. Que los hombres deciden y las mujeres aceptan. Y si no aceptan, pues ya sabes: gritos, amenazas, golpes. Y en el extremo, la muerte.
Pero no hablemos de números. No os escondáis detrás de estadísticas frías que convierten a las víctimas en una cifra más. Porque cada mujer asesinada tenía un nombre, una vida, una historia. Era una madre, una hija, una amiga, alguien que quiso salir adelante y que se cruzó con un monstruo que decidió que no podía. Que decidió que si ella no era suya, no sería de nadie.
¿Y sabéis qué es lo peor? Que estos hombres no nacen monstruos. Se hacen. Y los hacemos entre todos. Cada vez que toleramos un comentario despectivo. Cada vez que callamos ante un insulto. Cada vez que educamos a los niños para ser los dueños del mundo y a las niñas para servirlo. Es un problema que empieza en casa, en las aulas, en los bares, en las oficinas. En cada rincón donde se perpetúa la idea de que los hombres tienen derecho a dominar.
Hoy, 25 de noviembre, muchos se llenarán la boca con palabras bonitas: igualdad, respeto, justicia. Pero mañana, ¿qué? Mañana volveremos a ver mujeres viviendo con miedo. Mirando el móvil, pendientes de mensajes de control. Temiendo llegar a casa porque saben que cualquier cosa puede desencadenar la tormenta. Porque la violencia machista no empieza con un puñetazo. Empieza con un “no salgas vestida así”, con un “eres mía”, con un “sin mí no eres nada”.
Y no es solo el que pega. Es el que calla, el que mira para otro lado, el que minimiza, el que se ríe. Porque el machismo no es cosa de uno. Es una complicidad colectiva. Una cultura de dominación que mata.
Así que sí, el 25 de noviembre es importante. Pero no es suficiente. Porque mientras haya una sola mujer que tenga que mirar a su pareja con miedo, mientras haya una sola que no pueda salir de casa porque teme por su vida, estaremos fallando. Como hombres, como sociedad, como seres humanos.
Hoy toca recordar a las que ya no están. A las que murieron porque un hombre decidió que podía jugar a ser Dios. Pero mañana toca algo más difícil. Mirarse al espejo y preguntarse qué estamos haciendo para cambiar esto. Porque si no hacemos nada, si seguimos tolerando, permitiendo, callando, entonces somos parte del problema. Y la vergüenza no es solo suya. Es nuestra.