Jorge Mira Pérez de la Universidade de Santiago de Compostela y José María Martín Olalla de la Universidad de Sevilla reivindican la vigencia de la medida e indican que el primer fin de semana de abril y el primero de octubre serían los más adecuados para efectuar la mudanza horaria
El cambio de hora para adoptar el horario de verano se produjo en buena parte de los Estados Unidos el pasado 9 de marzo en medio de un debate público sobre su pertinencia. En un contexto en el que la administración Trump considera la posibilidad de abolir el cambio horario, una investigación de las universidades de Santiago de Compostela y de Sevilla reivindica su vigencia comparando los casos de las ciudades de Bogotá y Nueva York, situadas en el mismo meridiano pero a distintas latitudes. A falta de pocos días para que el cambio se produzca también en Europa (el 30 de marzo), el estudio titulado ‘Assessing the best hour to start the day: an appraisal of seasonal daylight saving time’ revisa el impacto del cambio estacional de hora en la salud humana considerando dos tipos de efectos: los asociados con el cambio en sí, y los vinculados con los meses en los que está vigente el horario de verano.
Jorge Mira Pérez de la Universidade de Santiago de Compostela y José María Martín Olalla de la Universidad de Sevilla señalan que, por debajo de los Círculos Polares, el ciclo sueño-vigilia se sincroniza durante el invierno con la hora del amanecer. Tal y como señalan en el estudio, el sol sale en Bogotá alrededor de las 6.00 horas todos los días del año. Sin embargo, en Nueva York, el amanecer se produce con un retraso de 86 minutos. Esto implica que las horas de trabajo disponibles en Bogotá no se encuentren disponibles en Nueva York a causa de la oscuridad. No obstante, en el equinoccio de primavera, el sol sale a las 6.00 horas con independencia de la latitud. Los amaneceres tardíos que provocaban despertar tardíos en invierno desaparecen y las horas de trabajo que no estaban disponibles en el invierno neoyorquino, debido a la ausencia de luz natural, ahora sí están disponibles.
“Esto retrasa la vida en Nueva York durante el invierno, pero en primavera el retraso del amanecer desaparece y la actividad puede iniciarse antes. El cambio de hora de primavera facilita esa adaptación”, señala Jorge Mira. El estudio recoge diversos ejemplos, actuales y pasados, de sociedades con actividad atrasada en invierno y adelantada en verano, en línea con el papel sincronizador de la luz matinal para el organismo humano. “Las sociedades modernas tienen varios mecanismos de sincronización. Por ejemplo, el empleo de una hora estándar en una región amplia, o el empleo de horarios preestablecidos. El cambio de hora es otro mecanismo sincronizador, que adapta la actividad humana a la estación correspondiente,” señala Martín-Olalla. Los autores indican que el primer fin de semana de abril y el primer fin de semana de octubre serían los más adecuados para efectuar el cambio de hora.
Accidentes de tráfico
El estudio publicado en Royal Society Open Science revisa el impacto del cambio estacional de hora en la salud humana, concluyendo que los estudios publicados hasta ahora no analizaron epidemiologicamente el problema y que los indicios sugieren que “el impacto es muy débil”. “Un estudio muy completo en Estados Unidos reporta un 5% de aumento en accidentes de tráfico en la semana posterior al cambio de primavera, pero elude que de un año a otro los accidentes de tráficos semanales fluctúan un 15%. El cambio de hora tiene un impacto, pero es muy débil en comparación con los otros factores que influyen en el problema”, señala Jorge Mira. “El cambio de hora funcionó durante cien años sin perturbaciones graves. El problema es que en los últimos años se asoció solo al ahorro de energía cuando, en realidad, es un mecanismo natural de adaptación”, resalta el profesor Martín-Olalla.
Los autores señalan que la controversia actual parte de una interpretación errónea de lo que significa el cambio estacional de hora. Dicho cambio —explican— no es un salto de zona horaria, ni hace que la población viva ajustada al sol de otro lugar, ni que su ritmo de vida se vea desalineado con respeto al sol. “En cierta forma es al revés, el cambio de hora alinea el inicio de la actividad con el amanecer”, señala Jorge Mira. “En 1810 las Cortes de Cádiz ya hacían este tipo de adaptación estacional y no había husos horarios ni nada del estilo. Simplemente la vida social se reorganiza porque la duración del día en verano permite hacer cosas por la mañana antes que en invierno”, resalta José María Martín-Olalla.
Los profesores critican los estudios que reportan efectos a largo plazo en el cambio estacional de hora y que lo asocian con un incremento del riesgo de cáncer, pérdida de sueño, u obesidad, entre otros elementos. Señalan que estos estudios analizan datos dentro de una misma zona horaria de Estados Unidos o de Rusia, pero eso no dice nada sobre el cambio estacional de hora. “Se estudia lo que ocurre, por ejemplo, en Nueva York y en Detroit, en los extremos de la zona horaria de la Costa Este de Estados Unidos, pero en base a acumulados anuales de incidencias. La diferencia horaria entre una y otra ciudad es siempre la misma a lo largo del año. Por tanto, no se puede inferir que los efectos reportados se asocien con el cambio de hora, que tiene naturaleza estacional”, destacan.
El estudio finaliza analizando por que el cambio de hora triunfó en el siglo XX y que dificultades enfrentan ahora las asociaciones médicas cuando pretenden eliminar la práctica y adoptar la hora de invierno permanente. Señalan que el efecto principal de la medida fue el aumento de las horas de luz durante el segmento de ocio en primavera y verano. “La gente aceptó ir a trabajar antes en primavera y verano si con eso salía antes, y podía disfrutar más la tarde paseando, yendo al parque o a la playa, parece obvio, pero hay que decirlo”, señala el catedrático de la USC.
Por el contrario, la eliminación del cambio de hora se enfrenta a un dilema de difícil solución al tener que elegir que horario es el que debe permanecer: adelantar la hora de entrada al trabajo, en invierno, cuando más tarde amanece, o retrasar la hora de entrada al trabajo, en verano, cuando más temprano amanece. “Es un dilema que no tiene fácil solución”, señala Martín-Olalla que añade “lo que explica las dificultades para eliminar una práctica que funciona bien”. Por su parte, Jorge Mira indica que las posturas contrarias al cambio horario “abrieron una caja de Pandora, exacerbaron las críticas a una práctica natural que funciona razonablemente bien y ahora temen que el remedio sea peor que la enfermedad”.