En A Coruña ya no se gobierna, se juega al escondite. El PSOE promete, el BNG espera, y el PP no ejerce oposición, mientras tanto, los coruñeses seguimos recogiendo las migajas de acuerdos que nunca llegaron a nada. Lo de Francisco Jorquera es un grito tardío, como el del vecino que se queja del ruido cuando ya es madrugada. Porque, seamos claros, aquí nadie es inocente.
El PSOE, con Inés Rey a la cabeza, actúa como si hubiera arrasado en las elecciones. Una alcaldesa que tiene 11 concejales, pero se cree emperatriz. Esa absurda soberbia de pensar que puedes mandar ignorando los pactos. Porque sí, señora Rey, no ganó usted, la pusieron ahí para evitar que el PP lo hiciera. Y eso conlleva algo básico: cumplir lo pactado. ¿Qué pasó con las bibliotecas, con Nostián, con los barrios? Se lo digo yo: nada.
Y luego está el BNG. Dicen que llevan todo el año advirtiendo. ¿Advirtiendo? No, señor Jorquera, lo suyo no son advertencias, son susurros en un vendaval. Ahora se ponen dignos, ahora se niegan a negociar presupuestos, pero lo cierto es que llevan meses mirando hacia otro lado. Han sido cómplices de este despropósito.
El problema, claro, es de base: aquí nadie gobierna, aquí se sobrevive. El PSOE juega a contentar a los suyos y el BNG a quedar bien con los suyos. Lo demás, que arda. Y mientras, A Coruña sigue en piloto automático. Sin un proyecto claro, sin ambición. Una ciudad atrapada en la mediocridad, manejada por políticos que ni siquiera saben sumar votos, y mucho menos cumplirlos.
La confianza, dicen, está rota. Pero la confianza nunca estuvo ahí. Este circo lleva años funcionando igual: se firman acuerdos para salir del paso, se tiran promesas al aire y, cuando toca cumplir, todos se hacen los despistados. Lo del IMCE, las actuaciones en barrios o el transporte público no son más que las últimas anécdotas de una lista interminable de fracasos.
Que no se equivoque nadie: lo que pasa en A Coruña no es un problema de partidos, es un problema de políticos mediocres. Una alcaldesa que gobierna como si tuviera mayoría absoluta y un BNG que se acuerda ahora de plantarse, cuando ya es tarde. Porque sí, Jorquera, la paciencia tiene un límite, pero lo suyo no ha sido paciencia, ha sido cobardía. Y un PP, aunque no tiene parcelas de poder, no ejerce oposición, está agazapado como un zorro para entrar en el corral a robar las gallinas.
Y mientras tanto, los coruñeses seguimos pagando. Pagamos con barrios abandonados, con una planta de reciclaje que nunca llega, con una cultura que sigue siendo la última prioridad. Pagamos con una ciudad estancada, con el eterno déjà vu de promesas rotas y acuerdos incumplidos.
Aquí ya no hay política, hay teatro barato. Pero a este paso, ni el circo nos queda. Solo un escenario vacío y unos payasos que no hacen ni gracia.