Una interpretación confusa de una realidad puede ser maravillosa cuando el resultado nos conduce a un final feliz. En el plano del arte, particularmente de la danza, eso mismo es lo que nos regala el Colectivo Glovo en su obra Tabú. Una delicia para algunos sentidos y una carga de energía más que sutil. Tabú es el reverso de una interpretación errónea de la verdad, que se transforma en la verdad misma.
Cinco mujeres intercambiando soledad y coralidad en cinco actos. Cinco mujeres, sí. Así es, pues el arte es mágico, un paraíso para la sugestión que puede llevarnos con sencillez hacia sus múltiples posibilidades. Hacia la pintura, en puntos estáticos que nos sombrean cuadros reconocibles; hacia el cine, en imágenes e iluminaciones que nos remiten a filmes emblemáticos; hacia la música ancestral domada por la armonía; y, como no, hacia la escultura en otro ejercicio de dramatismo estilizado. Es el gran poder que destila la danza.
Tabú, en palabras de sus protagonistas, “puede ser lo que tu puedas ver y creer”. Más allá de secuencias articuladas por sus creadores, la propuesta se define como “un trampantojo que tienes que descubrir”. La trampa en el ojo que estimuló su capacidad creativa es la que utilizan para estimular la del espectador que se vuelve cómplice en el desarrollo de su pieza.
Tabú disuelve la distancia entre el experto y el profano. Lo hace a través del placer de ver y el de escuchar. Con Tabú contemplas la riqueza expresiva del cuerpo, percibes la unión del sonido con la carne hasta en los silencios de la obra, cuando se siente la manera en la que los personajes se posan y se deslizan sobre las tablas.
La danza es una liberación y Tabú es otra. Nace de la tierra, del cuerpo pegado al suelo, de agarrarse a él con las extremidades durante gran parte de la obra, de apretarse también con los sonidos profundos. Es un despertar, un comenzar a hablar sin articular la palabra, una comprensión que nace de la inteligencia emocional.
Lo mismo que la agricultura doma lo salvaje, la música de Tabú humaniza el sonido de las herramientas que amansan la tierra. La danza de cada protagonista realiza un recorrido catártico en el que se acaba despojando del espíritu para encontrar el equilibrio sin importar la posición.
Tabú es un camino de lo individual a lo colectivo, desde el suelo hacia el aire, desde la percusión hasta el viento, para rematar en una pose grupal que cierra el círculo: el que va de una falsa interpretación del que pudiera ser el primer equipo en la historia del fútbol femenino gallego, la broma carnavalesca de una comparsa alaricana, a una fotofija que representa el pitido final a un partido inolvidable.
Tabú, del fútbol femenino como disfraz al arte como realidad
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