Abogado
Que nadie intente buscarle tres pies al gato. Lo que voy a exponeros a continuación no tiene nada que ver con la legislación LGTBI recientemente aprobada, ni con una salida mía del armario. Es simplemente la confesión de un concreto pecado mío de envidia.
La envidia es un extendido pecado capital, donde uno puede aparecer de modo indistinto (según la situación) como sujeto pasivo o como sujeto activo. Yo sucumbo a la envidia de modo activo muy especialmente el 19 de marzo y el primer domingo de mayo. Os cuento.
Es maravilloso ser padre. Digo “padre”, no “progenitor”. En mi cabeza diferencio con claridad ambos términos (hace algún tiempo escribí un artículo donde abordaba esa cuestión). Ser padre se extiende más allá del acto de engendrar, que puede ser en sí mismo también maravilloso y placentero, pero que resulta efímero, brevísimo en comparación con la prolongada intensidad afectiva de la paternidad, de la cual no es descabellado afirmar que se extiende más allá de la vida (el poder de la memoria, del recuerdo…).
Sin embargo, en la paternidad, incluso en el mejor y más completo de los casos, existe una carencia imposible de alcanzar, un deseo que ni los mejores oficios del Porcellino de Florencia podría materializar de forma positiva, incluso acertando en la rendija un alforja repleta de monedas: notar dentro de ti como crece una vida, sentir los movimientos de un ser humano en tu interior, percibir sus pataditas, sus giros, …, eso todo que los ecógrafos transforman en sonoros latidos y en imágenes… Ahí radica mi pecado de envidia: envidia de no haber experimentado (ni poder jamás experimentar) las sensaciones del embarazo.
Comentaba esta cuestión hace algunas semanas con una amiga y ya entonces (y ahora a medida que escribo todavía más) algo en mi cabeza me hacía cuestionar que sea realmente “envidia” lo que me embarga, porque carece mi sentimiento de ninguna connotación negativa, rastrera, indigna.
La envidia se identifica con un malestar ante la alegría del otro, la sensación de pesar por no ser uno quien tenga o reciba algo que a otro corresponde. Lleva aparejado un deseo rencoroso: en el fondo, al envidioso le produciría alegría contemplar el fracaso de aquél a quien envidia. Yo no he sido portador de esos deseos perniciosos. Nunca he experimentado esos aspectos negativos, humanamente denigrantes, ante esas carencias paternas.
Cómo calificar, entonces, la apetencia de disfrutar/experimentar esa carencia de la paternidad, ese deseo incumplido (e incumplible), que antes describía y que ahora reitero, de notar dentro de ti como crece una vida, de sentir los movimientos de un ser humano en tu interior, de percibir sus pataditas, sus giros…
Ayúdame y dime: cómo califico ese “pecado”.
Con esa carencia y con esa “¿envidia?” deslizándose un año más deliciosamente por mis entrañas, celebraré como padre feliz y orgulloso de mis dos hijas este 19 de marzo.
Mis risueñas felicitaciones a todos los padres y a quienes celebran en esta fecha su onomástica.