Por luchar por la verdad y la exigencia, por regirse por los valores éticos y morales, evitando a toda costa emprender conductas demagógicas, hipócritas, que causen daño a la humanidad (léase, a sus allegados – algunos tan allegados que comparten el mismo ADN), estos asustan a mucha gente.
Quizá por eso, muchos acaban siendo apartados de puestos y funciones en los que podrían marcar la diferencia. Quizá por eso, muchos son pasados por alto en relación con otros en el transcurso de un proceso de selección. Quizás por ello, muchos acaban refugiándose lo más lejos posible de una sociedad cada vez más individualista, estéril y solitaria. Probablemente son personas intrépidas.
¡No es un camino de vida fácil! Quien decide vivir así se encuentra expuesto, ya sea porque no tiene nada que ocultar, o porque no teme mostrar su indignación ante lo obsceno e innoble. Y como es libre, está encadenado a nada y no vende su dignidad por nada, ya sea a/por un favor/cargo/función, ni a/por valores patrimoniales. La dignidad es el único y exclusivo bien que posee toda persona humana, hasta que la pierda. Perdiéndola, la persona lo ha perdido todo.