El “día del Partido” no es una invención del EAJ-PNV. Ahí están, desde hace decenios, los parteitag alemanes, o las concentraciones político-festivas de los Partidos Comunistas europeos, con el fin básico en el caso de estos últimos de recaudar fondos para la organización. Y ahí están las concentraciones que hacían los partidos venezolanos AD y Copei en el parque de los Caobos en Caracas desde donde Anasagasti trajo la idea de hacer una fiesta de partido en Euzkadi. Música, asados, casetas, abrazos y un acto político junto al hecho de ser una fiesta familiar. Así lo planteó en 1977 en el EBB, tras la salida de la clandestinidad y celebradas las primeras elecciones democráticas en junio y a la cima de Aralar fue todo el cuerpo del partido, con nuestros exiliados recién vueltos del destierro, los viejos gudaris desfilando y la gente contenta de verse junta y en clave de gran familia ideológica. Hubo escenas de reencuentros conmovedoras. Se eligió el día de San Miguel de Aralar como simbólicamente adecuado para la concentración. San Miguel, patrón de Euzkadi y de EAJ-PNV, y su santuario, como lugar donde, según la leyenda, el Arcángel liberó de sus cadenas a Teodosio de Goñi.
A Ajuriaguerra no le gustó la iniciativa porque rompía algo por lo que habíamos trabajado como era la unidad de los partidos por lo menos un día, el día de Aberri Eguna, día de gran resistencia durante toda la dictadura, y que comenzaba a estar maltrecho, pero nosotros éramos diputados y en el PNV las decisiones las toman las ejecutivas y se ratifican y avalan en las Asambleas. Podemos decir hoy que fue un gran acierto haberlo hecho y cuando viajé con Garaikoetxea y Anasagasti a Caracas en 1978 Anasagasti tuvo interés en que viéramos lo que allí se hacía en ese parque de los Caobos. Fue un viaje interesante, tengo familia en Venezuela, y casi no nos hizo falta estar en aquella concentración de Copei ni ir a la Tasca Vasca pues el éxito del primer Alderdi Eguna de Aralar había sido la gasolina de todos los que, tras aquel día se han ido convocando el último domingo de septiembre como inicio de curso político y fin del verano. Nadie nos ha podido igualar. Y eso que la elección de San Miguel, el primero, no fue la más afortunada para el primer Alderdi Eguna al no contar con accesos adecuados.
El PNV celebraba desde los años 30, concretamente en 1932, el «día de la Patria», sin que percibiera la necesidad de hacer un día específico dedicado al partido. Pero la división, cada vez más profunda surgida en la época franquista con la consolidación de ETA, hizo que también esta celebración, hasta entonces unitaria, se hiciera por separado.
Es difícil discutir, al cabo de trece años, la impresión que aquel primer encuentro multitudinario causó entre propios y extraños. Mucho más, sin duda, en los propios que en los extraños.
Eran tiempos en los que, aun después de una sorpresiva victoria electoral, las gentes nacionalistas sensatas de este país se hallaban aún bajo el efecto de un doble síndrome: el de la represión y clandestinidad, por un lado, y el de la violencia armada y callejeras, por otro. La arrogancia despectiva de quienes en posesión de la fuerza o de la verdad dogmática de un sinnúmero de siglas revolucionarias o «progresistas» tachaban al PNV de «pasado», «burgués» o «traidor», hacía que muchas de nuestras gentes, especialmente los jóvenes, se sintieran presos de un cierto complejo.
El hecho de vernos unos a otros, el comprobar que éramos miles, y que el voto mayoritario era correspondido por una militancia real, rompió la barrera psíquica que nos tenía, en cierto modo, encadenados.
Todos bajamos de Aralar de un modo distinto a como habíamos subido.
El Alderdi Eguna constituye una celebración única en su género. No sólo por el número de participantes sino, sobre todo, por su carácter lúdico-político-gastronómico-familiar. El esfuerzo organizativo para un acto que dura tan sólo unas horas es difícil de percibir para quienes se hallan fuera de los trabajos previos y posteriores. No es tarea fácil preparar los servicios de todo orden que, comenzando por la acampada desde el viernes anterior, de varios miles de jóvenes, hasta los requeridos por las decenas de miles de asistentes del día de la celebración, han de tenerse a punto: servicios comunitarios, higiénicos, de aparcamiento, gastronómicos, etc.
No es fácil expresar el asombro de los invitados extranjeros ante el espectáculo y las vivencias que perciben durante su visita.
Sin embargo, no todo ha sido felicidad a lo largo de las trece celebraciones habidas hasta hoy. Desde las inclemencias meteorológicas hasta el reflejo de las tensiones internas durante la celebración. Hechos amargos no conocidos por el gran público, pero que quedarán para la historia interna de nuestro Partido.
Estas miserias, sin embargo, no empañan la alegría, la intimidad y el entusiasmo de los miles de personas y de familias que acuden fieles a la cita en los tiempos alegres y en los tristes.
Tal vez lo más sobresaliente, al menos en mi apreciación personal, de este día suele ser el empeño increíble de personas de edad muy avanzada y muchas veces afectadas de graves dolencias, y que sin embargo se hacen llevar por sus hijos a un día de ajetreo tan poco recomendable para su situación física. Se trata de una fidelidad íntima y a ultranza, digna no sólo de respeto y admiración, sino de estudio. Cuando la víspera miro al cielo deseando una buena climatología lo hago pensando en estas personas que, tal vez, piensen en su intimidad que va a ser la última vez que puedan acudir a Salburua.
Otro detalle conmovedor suele ser la asistencia de viudas e hijos de personas recién fallecidas que normalmente no hubieran acudido a ninguna fiesta y que, sin embargo, van a Salburua porque así lo hubiera deseado él y porque de este modo lo sienten también presente.
Conozco suficiente Europa como para concluir que día como éste con semejantes ingredientes no existe en Europa. Y es que se trata de un gran encuentro político-familiar. Algo único. ¡Casi nada en estos tiempos!.