Hace un par de meses Movistar me pidió, y acepté encantado, que participase en un Informe sobre Djalminha. El día llegó. El genio ya está entre nosotros, con su hijo Joao de cinco añitos, y preparado para el homenaje del Depor, que yo, desde mi localidad, aplaudiré a rabiar.
Sin duda a Djalma le extrañará sobremanera recibir el cariño de su afición antes de un ¡Depor-Celta B!… cuando entre sus víctimas figura el mejor Celta de Vigo de la historia, al que destrozó con taconazo, memorable gol por la escuadra… y pícara collejita al “Zar” Mostovoi.
Su llegada a Coruña hacía realidad mi sueño de disfrutar todas las semanas del rombo mágico del Palmeiras, y eso lo habían facilitado los sin par Todé y Torcal.
Con él cerrábamos un ataque de fábula. Por la izquierda Rivaldo y Fran; Djalma de enganche; Luizao -un punta, campeón del mundo con Brasil, que en A Coruña, con 20 años, fue objeto de mofa- y por la derecha, un Martins de lujo… con Flavio y el trinco Mauro Silva, cubriéndoles la espalda. ¡Casi nada!
Un Deportivo-97 construido para pelear por los títulos de España y de Europa… pero el fútbol demostró, una vez más, que no es una empresa normal. Que lo que significaría un enorme éxito de gestión en cualquier actividad económica -vender a Rivaldo por 4.000 millones de pesetas, cuando el año anterior te había costado 1.000- en el fútbol suponía un desastre, porque de optar a los títulos, pasabas a coquetear con el descenso.
Fue un fiel ejemplo de ese axioma del fútbol, al menos para mí, que si tienes un jugador especial, y Rivaldo lo era, no puedes desprenderte de él -salvo estar obligado por el pago de la cláusula- por muy bien que lo tases. El rival se refuerza y, en la misma proporción, te debilita.
Pero volvamos a nuestro hombre. Debutó en el Teresa Herrera, y ya brindó su repertorio. Se presentó en sociedad, goleando 4-0 al Vasco de Gama, mostrando su variedad de pases mirando al tendìdo, regates increíbles, taconazos, goles…y apadrinando la “spaldinha”, arte que yo desconocía. ¡La que habrían armado Djalma, Rivaldo y Cía, si no hubiese aparecido el Barsa!
Y es que Djalminha ‘tiña o demo no corpo’. Era “malo”. Disfrutaba haciendo sufrir al contrario y, si no le caía bien, hasta podía reírse de él. Jugaba para divertirse y divertir. Lo demás no le interesaba. Hacía fácil lo que parecía imposible, y, de verdad, tan solo respetaba a Ronaldinho. Lo consideraba el heredero de su trono.
Fíjense si era un tipo cotizado, que una camiseta suya -eso sí, dedicada- fue el único pago que le hice a otro genio, en este caso de la arquitectura, que era Peter Eisenman, por su anteproyecto y maqueta de aquel Riazor, que sólo un capricho evitó que fuese nuestro Guggenheim.
Vuelve Djalminha, y con él rememoraremos sus lambretas, caños, spaldinhas, sombreros, panenkas, rabonas… que provocaban aquellos ¡ooohhh! interminables que llenaban de admiración el Sambódromo de Riazor. ¡Un catálogo que el catedrático debería presentar en todas las universidades de fútbol que se precien.
Pero, como todo crack, sus errores también alcanzan esos mismos niveles. ¿Quién no recuerda su impresionante gol al Zaragoza -que significaba media Liga- y, ya con una tarjeta, su escandalosa celebración, camiseta en ristre al cielo del estadio, que “obligó” al árbitro a expulsarlo, y, pocos minutos después, los maños , que también luchaban por la Liga, empataban? Mi reacción inmediata fue tirarme del Palco, y no precisamente para felicitarle.
O, justo después de que Scolari le anunciase que estaría en la lista de Brasil, cometer el feo gesto de acercar su cabeza a la de Irureta y así decirle adiós al Mundial, su gran ilusión.
Sólo el Depor, y como se ve no siempre, acertó con la “caseta” que precisaba para triunfar el díscolo genio de la lámpara, porque en los clubs que jugó después no rindió, y en especial en el América. Y es que, sin duda, el Deportivo tenía algo especial, porque algo similar les pasó a grandes jugadores y técnicos como Bebeto, Tristán, Mackay, Flavio, Luque, Arsenio, Irureta…
Podría hablar un día entero del brasileiro que enamoró al deportivismo, pero algo tengo que reservar para mis memorias. Por ejemplo, lo que pretendía conseguir con el lanzamiento de un penalti, que lo bautizaría como “un Djalminha”. Solo puedo adelantarles que se trataba de una maldad sin precedentes en el fútbol.
Y es que Djalma era muy grande, y mucho más que pudo ser -quizás el mejor del mundo, como me decía- si él hubiese querido y abandonase ese papel de entrañable “gandul” que a menudo interpretaba.
Por eso, cansado de buscar, y de no encontrar, el jugador por el que valiese la pena pagar una entrada sólo por verlo, y tener que contentarme con imágenes de poca calidad de los 90, realicé un último intento. Llamé a los que aseguran tener todo sobre el fútbol.
“¿La Casa del Fútbol. ¿Me puede enviar un Djalminha?” “Lo siento, el modelo “Djalminha” se agotó hace años. Cerró la fábrica y se rompió el molde.”
La respuesta me dejó hundido, pero acabo de recuperar la esperanza. No sabía que existía, pero hoy tenía a mi lado al heredero de la Musa del Sambódromo de Riazor. Se llama Joao.