Sentirse, ser o parecer. Por Alberto Esparís

por Alberto Esparis Ogando

“En esta vida la primera obligación es ser totalmente artificial. La segunda todavía nadie la ha encontrado.” Oscar Wilde. 

Vivimos momentos de incertidumbre, de cambios profundos en una sociedad cada vez más artificial, difícil de asimilar por aquellos que heredamos los genes desgastados por la Guerra Civil, para los que la dictadura del general Franco era lo que tocaba, sin más; para los que hicimos la mili cuando las novatadas extremas eran normalizadas por las partes contratantes; para los que sobrevivimos a la “dictadura” del matrimonio desde muy jóvenes. Aquella sociedad cargada de responsabilidades, donde el hombre casado tenía que salir a ganarse la vida, en algunos casos a perderla. Una sociedad, la del matrimonio, en la que a uno se le suponía la producción y a otra la obligación de administrar y multiplicar los panes y los peces para sacar adelante una familia en las mejores condiciones posibles, por sus propios medios, sin la ayuda de papá Estado.

Viene esto a cuento porque en esta España que nos ha tocado vivir parece más grave meterse con un futbolista, democráticamente elegido por la mayoría de los miembros de una grada, que tirarle piedras a la policía. Un acto, este último también “muy democrático” por hacerlo desde la unanimidad del grupo organizado para tal evento. 

Tratándose de derechos, la lista es interminable, más si hablamos de deberes: allá al fondo del trastero. Animales empoderados y ancianos desamparados, la gran conquista del actual delirio igualitario. 

Que un macho quiere ser hembra, trato hecho, que la hembra pase a ser macho es su derecho. Para un cambio de opinión existe la reversión.

En la era de la justicia social (que ni es justicia ni es social), de prioridades invertidas donde es más importante sentirse que ser, el derecho que el deber, lo nuevo que lo bueno; en esta avalancha de singularidades sobrevenidas, de policías y ladrones que ilusiona, entristece e incomoda a partes iguales. En un escenario, y por la gracia de un gobierno de época, donde se indulta al delincuente, se amnistía al terrorista y se castiga a las víctimas en nombre de la convivencia (conveniencia) algunos nos sentimos amenazados en nuestras libertades.

Dicen que la justicia es igual para todos, añado: para todos los que son iguales. 

Así las cosas, el Estado renuncia no solo a perseguir a los que quebrantan la ley de forma flagrante y violenta, sino que además antepone los derechos humanos de los delincuentes a los de la ciudadanía, que legisla en contra de la gente que lo mantiene en el poder bien por acción u omisión, pero siempre con el engaño de por medio. Es por eso que, comprometida mi hipotética zona de confort, me veo en la obligación de hacer de policía de mi propia vida y necesito un arma, no es un capricho, sino una necesidad vital, por supuesto para utilizar sin ánimo de lucro, vamos, que no la quiero para sacar beneficio, sino para protegerme de las malas ideas de los buenos confundidos, vaya usted a saber. El caso es que de pronto me siento amenazado en mis libertades y convertido en mi propio policía, así me percibo y esto es lo importante. Un arma que me acompañe en la defensa de mis diferencias.

Un policía, un arma. Es lo correcto.  

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