A Malata es A Malata. Por Carlos Castro

por Carlos Castro

Otra vez más se vuelve a hablar del cambio del nombre original de A Malata por el de Isidro Silveira. La idea llama a la pregunta de si un bien municipal, una propiedad de todos, debe recibir el nombre de un particular.

La universalización simbólica de lo particular puede resultar una metonimia y como tantas veces que se usa más allá de lo literario, tomar la parte por el todo puede ser injusto.

Cuando se atribuye el nombre de una persona a un lugar existen muchas motivaciones, un porcentaje de los mismos, a veces alto, tiene carácter subjetivo, emocional, deficientemente justificable, pues los argumentos de defensa no necesariamente obedecen a la realidad.

Otorgar el nombre de una persona a un espacio es un acto mediante el cual se reconoce una honorabilidad, una vida meritoria, para que el resto de la ciudadanía tenga presente a quien fue un prócer en alguna materia.

Realmente, cuestionar la propuesta de un nombre, sobre todo si se trata de un ausente, no es agradable. Suele traer más disgustos que felicitaciones, pero el compromiso con un modelo de entender la vida y de analizar la realidad, hace que las palmadas o las críticas pasen a un segundo plano para quien esto firma. Si se trata del Racing, se añaden más cosas.

La historia que comienza en el alcalde de la doble moción

No es la primera vez que desde la política municipal surge la idea de borrar para siempre el nombre de A Malata para sustituirlo por el de Isidro Silveira. No deja de ser curioso que el ex alcalde que más abogó por ello fue Couce Pereiro.

Si la mayor o menor dignidad de una sugerencia de este estilo se mide por la procedencia; si tal propuesta es más elevada en cuanto la inspire una persona ejemplar para la ciudad, nos encontramos con que Couce Pereiro, dos veces alcalde, probablemente no sea el mejor conducto para transmitirla.

No es que Couce Pereiro sea indigno, pero tal vez la historia vaya a recordarlo mal. Además de ser uno de los alcaldes de Ferrol testigo directo del desmantelamiento industrial de la comarca con aquello que llamaron desde su casa política “reconversión industrial”, pasará a la historia por ser el único que ha llegado a portar el bastón de mando dos veces, ambas mediante moción de censura.

Tampoco es deshonesto acceder por esa vía al gobierno, aunque no sea la más brillante. Sin embargo, para el recuerdo histórico de la ciudad quedará cómo se produjo la segunda, sin haber otorgado los cien días de gracia a Mario Villamil, el electo por mayoría en urnas.

Lo quitó del asiento central dejando una impronta vergonzante por no haber sido capaz de haber alcanzado acuerdo en tiempo y forma con las otras fuerzas derrotadas antes de la investidura. Como se diría hace un siglo: una charlotada.

El racinguismo utilizado por políticos de bajo perfil

Recientemente, utilizando el racinguismo creciente de la ciudad, el penúltimo alcalde, Mato Escalona, lanzó la misma propuesta que Couce Pereiro, tal vez asesorado por él, en los estertores de su mandato. Hizo ver esa maldita manía que algunos tienen de querer dejar para la posteridad cosas propias cuando el pueblo lo va a deslegitimar en tres meses.

Mas que una propuesta seria, había tufo electoralista por detrás, como lo del robo intelectual perpetrado por Basterrechea López, con lo del “Córner do Inferniño”, a quien no solo critico por ser su víctima, sino por la forma cutre con la que llegó a abaratar, y rebajar hasta en lo intelectual, la idea que le contara y presentara como proyecto quien esto escribe.

Un Deporte sin Ministerio, sin Consejería, sin Patronatos

Es complicado entender las decisiones de los políticos cuando están alejados de la realidad. Esto pasa con los de un signo y los de otro, sobre todo en el Deporte. De manera generalizada, en España, hay un desencuentro total entre los políticos, los intelectuales y las universidades con la historia del Deporte. Parece que son mundos incapaces de reconocerse.

Mucho de esto tiene que ver con la concepción social del espacio deportivo. En definitiva, del modelo educativo desde los colegios y el valor estructural que se le da al Deporte en España. Durante muchos años el Deporte, pese a la dimensión social y al PIB que representan determinadas especialidades, no ha tenido ministerio propio. Incluso en las autonomías, nada más allá que una mera secretaría.

Este tratamiento permite entender la dejadez que ha existido durante tantos años. En lo municipal, la pérdida de los Patronatos Deportivos como elementos vehiculizadores de la gestión deportiva en los ayuntamientos es otro ejemplo de la realidad. El problema fue la gestión sobre la gestión. Muchos perdieron eficacia porque acabaron siendo lugares de recolocación de amigos de la política, o de federativos. Igual y absolutamente improductivos los unos y los otros que llegaron bajo ese postulado.

¿Quién es corta: la memoria o la gente?

Obviamente, no es lo mismo tomar decisiones de gestión que otorgar honores. Es mucho más importante lo primero, pero para lo segundo también sería bueno que hubiese fundamento. En ello tiene mucho que ver lo dicho en el apartado anterior. A veces se toman decisiones con poca base de conocimiento, aunque pueda parecer lo contrario.

Ferrol es una ciudad rica en historia de Deporte y como tal, se extiende a más de cien años. Si nos centramos en el fútbol, probablemente el balompié sea una de las especialidades con mayor número de personas que podrían entrar a formar parte de un “Salón de la Fama” (a ver si no plagian también la idea los Basterrechea de turno).

Podría existir un arduo debate para establecer méritos en cuanto al primero. El problema es que a las generaciones, mucho más si carecen de referencias, les resulta más fácil entender la historia que viven que la de su pasado, ocultada por el paso del tiempo. Se dice que la memoria es corta, pero tal vez es más corta la amplitud de miras de la gente que no escruta.

La historia la hace la gente y la cuentan los historiadores

En esta ciudad, la persona más erudita sobre la historia del fútbol, particularmente sobre el Racing, es Jorge Deza. Estoy convencido que si se ha creado una comisión para adornar el nombre del campo de A Malata con el del mejor racinguista de todos los tiempos, nadie ha llamado al máximo conocedor de la materia.

Conozco a Jorge Deza, y tengo el placer de consultar y cotejar datos sobre historia de fútbol gallego con frecuencia. No lo voy a comprometer, pero estoy seguro que en la gran enciclopedia del Racing que está preparando, habrá nombres muy ilustres, que el propio tiempo no ha desmejorado, que incluso ha reforzado su mito, que deberían ser recordados sin cualquier tipo de debate.

Afortunadamente, lo que quedará del historiador Jorge Deza, y lo que ya queda para la historia del racinguismo, son sus obras magnas. Al menos tres de sus trabajos podría ponerlos como ejemplos recomendados por su rigor, meticulosidad y conceptos metodológicos, en el top 10 de obras sobre historia del fútbol en España.

Una de las cosas que me enorgullece como racinguista es poder disponer de uno de los mejores relatos existentes en España sobre la historia de mi club. En ese aspecto el Racing tiene garantizado su puesto en Primera División gracias a él.

¿Debe cambiarse A Malata por Isidro Silveira?

Se cuenta que en una ocasión un correveidile fue a contar al longevo presidente Silveira la propuesta de que A Malata llevase su nombre. Dicen que su respuesta fue negativa. Él mismo declinó esa posibilidad. No creo que fuese un acto de falsa modestia, sino de honestidad, de reconocerse perfectamente en la realidad.
Isidro Silveira sabía que era un presidente al gusto de unos pocos y que esa sensación, presuntamente, se extendía más allá del fútbol. Lo segundo, “más allá del fútbol”, no puedo aseverarlo; pero lo primero, sí. Su época de presidente, aparte que se diga salvó al Racing de la desaparición, tampoco ha sido especialmente brillante. Cantidad, sí; pero no siempre la primera Ley de Engels se pone de manifiesto.

Su desprendimiento del club, más bien el de su familia, no estuvo señalado por su racinguismo. Al Grupo Élite le costó más tiempo adquirir las acciones de los Silveira, que las del propio Ayuntamiento, que era el accionista mayoritario.

A nadie le va a importar que A Malata siga llamándose A Malata, pero sí se producirá una injusticia histórica, auspiciada por los políticos de esta corporación que aprueben o se abstengan ante la propuesta, si la instalación municipal pasa a llamarse Isidro Silveira.

La gestión de la familia Silveira

Se dice que la historia debe ser escrita cien años después de los hechos. Hay muchas razones. Los protagonistas ya no están, la posibilidad de herir sensibilidades es menor, la implicación con los hechos de quien la escribe apenas existe, la aparición de referencias ocultas en el presente salen a la luz en el futuro y se puede analizar aquella realidad desde un prisma que abarca una globalidad mayor.

Por ello, antes que otra cosa, quiero pedir disculpas a quien por proximidad se sienta molesto. Añado también que aquí no hay una valoración moral, o la pretensión de mancillar lo personal de Isidro Silveira.

Se analiza a Isidro Silveira como una persona pública, que determinó junto a su familia los destinos de la entidad deportiva más importante de Ferrol durante casi un cuarto de la existencia del club, que asumió un compromiso en un momento dado, pero que fue comido por la duración del mandato, como le ha sucedido a tanta gente en ámbitos iguales, o diferentes.

Se hace ahora ante la nueva noticia de querer cambiar el nombre de A Malata por el suyo y de esta manera, como cualquier ciudadano y racinguista, opinar libremente sobre una actuación de ese tipo recaída en un bien común de la ciudad y relacionada con el club del que soy accionista minoritario y abonado.

Para comenzar, sería bueno recordar una expresiva frase con la que manifestó sus maneras de hacer un Racing a su imagen y semejanza. “En mi coche pongo yo la música”. Lo dijo saliendo de una comida con periodistas. Nadie le quitó la razón, pero los que viajábamos en la parte de atrás, primero como socios, desde 2001 como accionistas y abonados, tampoco teníamos por qué sentirnos agradados con sus gustos. Su música se había quedado en una época que ya no era la de la mayoría de los presentes.

Lejos de lo que significaba más que una anécdota, hay dos aspectos que descolocan a Isidro Silveira como un referente histórico del racinguismo desde un punto de vista cualitativo. Ambos son determinantes. Uno porque es deportivo, que es el objeto principal de la empresa; el otro porque es económico, que es el otro elemento esencial para que la cosa funcione. Existe un tercero que afecta a la condición de su gestión privada, alejada del interés común, que podría descolocar la voluntad municipal de cambiar el nombre de A Malata por el del longevo presidente.

Reconocimiento público y representatividad

El tercer punto es de fundamental observancia para lo que se propone. La actuación de Isidro Silveira se ciñe a lo privado, que no a lo público. Con su nombre se quiere vestir un bien común. A Malata es un recinto municipal que el Ayuntamiento cede al Racing, junto con otros habitáculos, incluso antes de que llegase a la junta directiva de Criado Seselle. El trabajo de Isidro Silveira es en una empresa privada, ayudada por dinero público desde 2001, en la que actúa como principal gestor.

Durante su largo período de gestión, la empresa, el Racing, pese a estar apoyada por capital público en más de su 50 por ciento, no llegó a integrar al uno y medio por ciento de la ciudad, atendiendo a su masa social (el dato porcentual sería todavía menor si fuésemos más rigurosos porque entre los socios había gente de otras municipalidades).

Deficiente gestión deportiva: De Segunda B a Tercera en un cuarto de siglo y nula política de cantera

En lo deportivo, pese a su promesa de llevar al Racing a Primera, voluntad disculpable e irrealizable por el equipo de trabajo del que se rodeó y el bajo nivel de riesgo económico que asumió, hay varios aspectos que desnortarían la propuesta de que el nombre del antiguo presidente corone la fachada del campo de fútbol.

Tomó un buen equipo de Segunda B, salido de la idea de Ángel López Sueiro, con futbolistas como Luis César, Luis Alberto, Juanín, Mario o Pazolo, con Fernando Vázquez de entrenador. El problema de Sueiro fue no encontrar socios capitalistas para su idea. Vivió la penuria de un club al borde de la desaparición, con trofeos embargados, futbolistas encerrados en los vestuarios del Manuel Rivera reclamando salarios, en una Tercera División en la que un gol de Javi Montero en Padrón, en la última jornada, libró al equipo de la eliminatoria de descenso a Preferente.

Sueiro, incapaz de gestionar su ambiciosa idea por falta de recursos, cedió los bártulos a Criado Seselle. Ahí fue cuando surgió la figura de Isidro Silveira. Lo habían invitado a participar de un proyecto de salvación económica y construcción deportiva presidido por Criado Seselle. Poco tardó en ponerse al mando por ser quien más invertía entre aquel cuadro de empresarios. En aquel momento, Isidro Silveira hizo lo que a la mayoría gustó que hiciera. Sin duda, el racinguismo le debe agradecer el gesto, probablemente el de más alto valor en sus más de dos décadas de servicio.

Su mandato no fue afortunado en los primeros años, con alguna bravuconada que acabó haciendo reír al resto del fútbol español de bronce, cuando construyó su “dream team”. El turbio despido de Fernando Vázquez, la también turbia no renovación de Manu Miranda, un jugador emblemático en la época, por él y por su ascendencia denotada por el apellido, los dimes y diretes de la venta de Fran Nogueira al Leça, paralizada temporalmente de una forma tercermundista en Porriño, o la igualmente turbia no renovación de José Ramón Arteche, más allá que puedan ser hechos habituales en el fútbol, no fueron edificantes en sus formas. La mujer del César …

Su voluntad de control de la entidad fue también su límite. Como aquel gobernador que no se atreve a salir del país para que no le hurten lo hurtado, él no quiso salir de su cueva. La política social del club fue pobre, otorgando la representatividad a adláteres por los palcos y refugiado en un mercado francés al albur de un agente llamado Claude Cauvy.

El Racing subió y bajó, subió, bajó subió, bajó y bajó más. Isidro Silveira tomó al Racing con escasez de dinero, pero con un bello proyecto deportivo en la parte alta de Segunda B. Lo dejó donde lo tomó, en Segunda B. Si alguien quisiera ser más cáustico, la familia, que infelizmente ya no él, lo encaminó a Tercera División, donde se instaló tras la llegada del Grupo Élite con la temporada 2017/18 iniciada. Tomaron al club en el tercer nivel y lo dejaron camino del cuarto. En cualquier caso, el propio Isidro Silveira presidía una entidad que sí bajó al cuarto nivel en la temporada 2009/10, estando tres años en ese pozo.

Isidro Silveira tampoco apostó por los jóvenes de Ferrol. Siempre fue un declarado detractor del fútbol de cantera. Sin embargo, dentro de una pobre política de obtención de recursos, descapitalizó al fútbol 7 de la comarca creando infinitos equipos alevines, benjamines y prebenjamines con la intención de conseguir ingresos.

Economía: Devaluación progresiva de un bien mayoritariamente público

Siempre se ha dicho que la familia Silveira era la propietaria del club. Cuando se pregunta a la gente que vivió el proceso de obligada conversión en SAD a principios de siglo, tienen una visión equivocada sobre la realidad, tal vez influenciada por la prensa. El racinguismo piensa que la familia Silveira era la principal accionista del club, pero quien realmente salvó la conversión de la entidad fue el Ayuntamiento de Ferrol. El pueblo de Ferrol a través de sus gestores políticos, fueron los principales accionistas de una entidad privada, por muy amada que sea por tantos.

No a partir del momento inicial de aprobación y depósito del capital social, sino del cuarto año, el club comenzó a perder poder adquisitivo. Nadie hizo reposición, nadie de la directiva se molestó en proponer una ampliación de capital porque Isidro Silveira no tenía la presión de otro accionista mayoritario.

El que fuera presidente paralizó la salida del club a otros posibles propietarios. Al menos existen referencias de prensa en las que dos grupos quisieron hacerse con el club en el primer decenio del siglo y ambos desistieron por el intervencionismo de alguna cláusula contractual, que restaba autonomía de acción a quien sería el nuevo propietario.

No se sabe porqué las corporaciones municipales sucesivas no vendieron su parte cuando deseaban deshacerse de aquel dinero que les podía quemar políticamente y, dedicarlo como recuso a otros aspectos deportivos. El Ayuntamiento, que había puesto a un convidado de piedra dentro del Consejo de Administración, no estaba interesado en participar de la gestión.

En definitiva, Isidro Silveira, perfectamente acompañado de la legalidad, utilizó al Ayuntamiento para gestionar el Racing.

Isidro Silveira fue el salvador entre 1995 y 2001. Sin embargo, no lo fue, como algunos puedan pensar, entre 1995 y 2018. La entrada del Ayuntamiento como accionista mayoritario en la conversión del club en SAD convirtió al pueblo de Ferrol, aunque sea metafóricamente, en el siguiente salvador del Racing. Si por eso fuese la medida, el nombre del campo debería ser Cidade de Ferrol.

Gestión depreciativa de una empresa privada cofinanciada con dinero público

Por otro lado, como se señaló antes, conviene no olvidar que su gestión se orientó a una entidad privada, que no afectaba a la generalidad de la población, sino a una minoría cada vez menor. La actuación de Isidro Silveira no se centró en el desarrollo y mejora de un bien público que mejorase a todos.

Lo hizo sobre una sociedad de la que él era lícitamente beneficiario, pero que fue descuidando en su valor de mercado. Paralelamente, una sociedad que también fue perdiendo progresivamente masa social ante la pérdida de interés en el que había caído el club desde que alcanzase su punto álgido en el verano del 2000.

Por lo tanto, una empresa en copropiedad, de la que fue principal gestor, que fue depreciándose a lo largo de sus últimos catorce años de gobierno. Catorce años de devaluación equivalen al 73,68 por ciento del período de mandato propio (1995 a 2014) y al 60,86 cuando añadimos el de sus descendientes (1995 a 2018). Visto en porcentajes se hace todo más evidente y menos brillante.

La pobre política social

Al hilo de esto, su política social tampoco puede mostrarse como un modelo a seguir. El Racing, pese a estar en Segunda, apenas creció fuera de Ferrolterra. De hecho, desde el mencionado verano del 2000, fue perdiendo abonados.

Viendo otro aspecto social, como el de la integración de la mujer, podemos decir que Isidro Silveira rechazó el fútbol femenino. Inicialmente, lo integró como una oportunidad de lo que fuese, tal vez hasta sin valorar la imagen social. Después que se fueran degradando las cuantías de las ayudas autonómicas propuestas por el bipartito, muchos clubs eliminaron sus equipos femeninos. El Racing, también.

Carmen Colodrón y otras dos jugadoras hicieron una llamada desesperada al club, pidiendo al Consejo de Administración que recapacitase. Fue un ruego desesperado desde los micrófonos de Radio Voz-Ferrol. Al silencio administrativo le siguió la desaparición del equipo.

Otro dato poco agradable sobre el equipo femenino fue la consideración que tuvo bajo la presidencia de Isidro Silveira. Desde la cúpula del club no se le permitió tener el nombre del resto de equipos masculinos hasta categoría infantil masculina. Durante su año de existencia (2008/09) fue Escuela de Fútbol Racing de Ferrol y estuvo adscrito a la Fundación.

Hablando de la Fundación, teniendo la capacidad de un brazo socio-cultural como el que podría proporcionar este instituto, su actividad se limitó a lo más básico, como concursos, o encontrar vías de ingresos como los tradicionales campus de verano, que se fueron poniendo de moda en todos los clubes de España.

Los nombres de personas a lugares deportivos, que sean para deportistas

Tal vez no sea bueno homenajear a las personas poniendo sus nombres a recintos públicos. Nada menos complejo y aceptable que un topónimo. Hemos visto gobiernos municipales que han tenido que rectificar lo aprobado en su día. Lo más reciente, el Alfonso Pérez de Getafe. Cierto que es más complicado que ocurra con quien, por desgracia, ya no está con nosotros.

En cualquier caso. Si nos viésemos en la tesitura de tener que hacerlo, qué mejor para el nombre de un recinto deportivo que el de un deportista emblemático de dicha especialidad. Si ese honor fuese usurpado por un gestor, la condición de su gestión debería escribir en su curriculum hechos muy grandes, incluso que trascendiesen al ámbito local.

En Ferrol, a golpe de memoria inmediata, hay dos personas que pudieren estar en esa tesitura. No me importa que uno de ellos pueda ser polémico para algunos. Luis Argüello (seguro que no lo conoce casi nadie) fue determinante en el devenir del fútbol español de hace un siglo y Juan Fernández (seguro que lo conocen unos cuantos) fue figura seminal en la conversión del baloncesto a lo que es hoy, con la creación de la ACB.

Además, en el plano local de artífice de formar un grupo de trabajo con el que llevó al OAR a la máxima categoría, difundir el nombre de Ferrol en competiciones europeas y ser determinante en que la ciudad fuese sede del Mundial de baloncesto en 1986. Curiosa tanta insistencia con lo del campo de fútbol y que a nadie se le ocurra algo semejante con el pabellón habiendo una persona con más ítems en su haber, tratándose de dirigentes.

A Malata, Juan Vázquez o Luis Argüello antes, y con el máximo respeto, que Isidro Silveira

En cualquier caso, defendiendo el argumento del honor para los deportistas, en Ferrol hay un futbolista esencial. A menos que me corrija Jorge Deza, nadie mejor que Juan Vázquez Tenreiro para ello. “La flecha ferrolana”, además de racinguista, fue el único futbolista internacional absoluto nacido en la ciudad.

Probablemente, con ello generaríamos más cultura de fútbol, ampliaríamos las referencias históricas del racinguismo, ganaríamos un horizonte mayor y, acaso, pensando en los políticos que tomen esta determinación, seguros que el tiempo les concederá una mayor dignidad al elegir un ciudadano que mereciera la representatividad que no le han dado. Juan Vázquez falleció de manera súbita defendiendo los colores de nuestro club como entrenador.

Sospecho que Isidro Silveira, a quien siempre le gustó estar lejos de las multitudes, también estaría de acuerdo.

Fuente. Muchacalidad

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