Caneda, un personaje difícil de olvidar. Por Augusto César Lendoiro

por Augusto César Lendoiro

Tenía mucha razón Fernando Vázquez -otro de los hombres más injustamente tratados por el fútbol gallego- cuando decía en la serie de Movistar sobre los presidentes de los 90: “José María Caneda se ha ganado tener una estatua en la Plaza del Obradoiro”.

Hizo el milagro de convertir a Santiago, que solo respiraba basquet, en la tercera capital gallega con equipos que competían por los puestos de honor del fútbol español.

Se vivía el mejor momento de la historia de nuestro fútbol. Galicia era la única comunidad que contaba con tres equipos en Primera. Depor y Celta luchaban por el título de LaLiga y el Compos, con gran nivel, heredaba lo que había representado el Pontevedra del “hai que roelo”.

Caneda había conseguido pulverizar lo que a primera vista parecía difícil: hacer olvidar la época gloriosa de los inicios de la “Esedé”, como se canta en su himno. Corrían los años 60 y enamoraban los regates de Garrincha, la calidad de Fito, los cabezazos increíbles de Tucho Sampedro… Recuerdo muy bien el gran equipo que tenía, porque los jueves nos llamaban a unos cuantos universitarios para hacer número y así poder disputar el tradicional partidillo de mitad de semana en Santa Isabel.

A José María no le quedó récord por derribar. Comenzó con el ascenso a Segunda, por primera vez en la historia del Compos, para de inmediato hacer lo propio con la División de Honor. Había logrado que Ohen, Penev, Fabiano, Passi … hiciesen olvidar a los legendarios jugadores de treinta años atrás.

Cuatro temporadas memorables en la élite del fútbol español y su forma de ser y de actuar le valieron a Caneda para ser querido y respetado por todos aquellos presidentes. Hoy ya quedamos pocos para llorarlo, pero el mítico Pepe Fouto me llamó para mostrar su pesar a la familia.

José María era un tipo legal. Se le veía venir siempre. No engañaba a nadie. En el fondo presumía cuando me decía “Augusto, yo soy un tío muy bruto”. Si, pero con los demás, porque él nunca se hacía el más mínimo daño. Era muy listo.

Los éxitos deportivos que Caneda había cosechado y su arrolladora personalidad hizo que su irrupción en la vida social de la Ciudad del Apóstol fuese lo más parecido a la consabida entrada de un elefante en una cacharrería.

José María había hecho saltar destrozados todos los principios básicos en los que se apoyaba la tradición de la monumental Compostela. Una ciudad en la que, historicamente, se imponía el birrete universitario no podía aceptar, de buen grado, las expresiones y actuaciones de Caneda, que destacaban los medios informativos.

Creo que, por esas razones, Santiago nunca ha valorado a Caneda en su justa medida. A las élites de la ciudad les costaba reconocer que uno de los más listos -entre tanto birrete de la universidad compostelana- era un irreverente y arrogante paisano de Amio, que oía crecer la hierba.

Lo dejaron caer abrumado por unas deudas que, ignoro la realidad, él siempre proclamaba que se debían al reiterado incumplimiento de los políticos del pago por la cesión de los derechos de televisión de la S.D.Compostela.

Y Santiago volvió a sus orígenes. El basquet y Obradoiro mandan y el Compos volvió a la cuarta categoría futbolística. Y, por desgracia, ya no podemos contar con Caneda que se nos fue con un sigilo absoluto, con lo que siempre le había gustado llamar la atención.

Siento de verdad no haberlo podido despedir. Un virus que está de moda me lo impidió, pero, ya un tanto recuperado, quiero hacerle llegar a su familia mi tristeza por la pérdida de un amigo.

Caneda era un hombre distinto. Estoy seguro que no podré olvidar al de la boina de Amio, que consiguió imponerse a los birretes y a los políticos. Lástima que después le pasasen una factura desproporcionada. Mi querido José María, por tu valentía, te has ganado poder descansar en Paz.

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