Suso Martínez: El guardián de San Amaro. Por Jesús Suárez

por Jesús Suárez

@jsuarez02111977

En A Coruña, frente al Atlántico infinito, se extiende un rincón de eternidad: el Cementerio de San Amaro. Este camposanto, que acaricia el mar con una melancolía salina, es mucho más que un lugar de reposo; es un santuario de almas errantes, un refugio de poetas y soñadores que tejieron la historia de Galicia. Aquí, las lápidas se entrelazan como versos de un poema antiguo, recitados por los ecos de los siglos y las pasiones de los que descansan bajo sus sombras.

Desde su fundación en 1812, cuando la ley prohibió los enterramientos en las iglesias, San Amaro se alzó como uno de los primeros cementerios organizados de España. Su ubicación, mirando al mar, le otorga una nostalgia única. En sus tierras descansan más de 200 personalidades notables, como Eduardo Pondal, autor de la letra de nuestro Himno, Conchita Picasso, hermana del genio del cubismo, y el escritor Wenceslao Fernández Flórez, cuyas palabras todavía bailan en el viento. Aquí también reposa Manuel Curros Enríquez, el poeta que amó A Coruña con la pasión de un amante desesperado, inmortalizado en verso entre estos muros.

Las lápidas de San Amaro, esculpidas con un amor casi tangible, cuentan historias en silencio. Entre sus moradores se encuentran el violinista Manuel Quiroga, el pintor Luis Seoane, el filántropo Casto Méndez Núñez y el fotógrafo Francisco Zagala. Cada piedra, desgastada por el tiempo y las lágrimas, guarda secretos que solo el viento marino conoce, susurrando eternidades al oído de los que se atreven a escucharlas.

En 1973, el trágico accidente del vuelo 118 de Aviaco dejó una herida profunda en la memoria de la ciudad. En San Amaro, los cuerpos de las víctimas descansan, y el monumento erigido en su honor se alza como un faro de recuerdo, recordándonos que incluso en la tragedia, hay un lugar para la memoria y el consuelo. El cementerio, con su ermita homónima, se convierte en un puente entre el pasado y el presente, un testigo silencioso del dolor y la esperanza.

Pero San Amaro no es solo un lugar de reposo; es también un refugio de leyendas vivas, encarnadas en figuras como Suso Martínez. Con sus ojos reflejando la inmensidad del Atlántico, Suso camina entre las tumbas como un guardián de los secretos, desvelando historias y anécdotas olvidadas. En sus visitas guiadas, descubre las profundidades del alma humana, como la de unos pocos coruñeses, que bordaron sus sueños en hilos invisibles, o las leyendas de pescadores, que desafiaron al mar y encontraron su descanso junto a las olas que tanto amaron.

Las palabras de Suso fluyen como el viento, hechizando a los visitantes. No solo narra los hechos conocidos, sino también los susurros de espíritus que aún vagan por el cementerio., Suso, sin necesidad de mapas, conoce cada sendero. Cuando la niebla se espesa y las estrellas iluminan, desvela los misterios del amor prohibido de Clara y Martín, la tragedia de los hermanos Gómez, y la risa de los niños que juegan en la memoria.

Suso Martínez se convierte en parte de la leyenda de San Amaro. Sus palabras y gestos hacen que el tiempo se disuelva, entrelazando los siglos y permitiendo a los visitantes sentir la eternidad. En San Amaro, la magia no reside solo en las historias talladas en piedra, sino también en el corazón de un guardian, el guia que une pasado y presente, invitándonos a bailar con los fantasmas y a abrazar la eternidad en un juego de nordes y salitre..

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