Hijas, no sois mi mundo. ¡Sois parte de mi cielo! Por Miguel Abreu

por Miguel Abreu

Después de más de veinte años, compartimos más que ADN. Es una relación que trasciende la ley, el status quo, la simple y frágil razón humana. Sois más que mi sangre. Somos algo que nuestra humanidad, en su esencia perfecta, entiende y vive en una dimensión que trasciende las arterias y la dermis. Es algo tan sublime y frágil que no se puede olvidar, ni siquiera dividir, perder o herir. Es como entrelazar eternidades.

Mi mundo, vuestro mundo, nuestro mundo, es donde nos «movemos y existimos». Hoy es algo extraño y difícil de analizar. Un mundo hecho por personas que claman por la paz, pero al mirar más por su propio interés, la guerra parece imperar. Cuestionamos a Dios, su (no) presencia, su manera de (no) hacer lo que se le pide, por todo y por nada. El mundo y sus cosas parecen ser incuestionables, porque se ofende, porque no se acepta, porque no se respeta la libertad del otro, porque… porque… porque… ¡No tengáis miedo! Escuchad lo que os dice el corazón. La razón tiene su propio lugar, pero no siempre hace honor al nombre que se le ha dado.

La conciencia de mi limitación me hace saber que no poseo todo el conocimiento que os podría transmitir. Tenemos opiniones diferentes, y ¡qué bien! También aprendo, y sobre todo crezco con vosotras. La conciencia de mi finitud me hace querer lanzaros a la vida mientras pueda acompañar parte de vuestro caminar. No es falta de amor. ¡Todo lo contrario! Es desear vuestro bien, que la sociedad apegada a lo material no entenderá. No me preocupa. Sé que no soy vuestro mejor amigo, ni pretendo serlo. Solo quiero ser el padre. Aquel que quiere vivir pedacitos de cielo, aunque aún envuelto por algo de polvo. Lo tangible que quedará podrá contar parte de la historia, pero la mejor parte, esa, sí, solo cada uno de nosotros la sabrá.

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