Nos quitaron a Espinete, así que tus dramas nos importan una mierda. Por Jesús Suárez

por Jesús Suárez

@jsuarez02111977

Hay generaciones y generaciones. Están los que se deshacen en lágrimas por el retiro de Iniesta, los que se rasgan las vestiduras con la retirada de Nadal, como si el mundo se fuera a acabar porque un futbolista se hace mayor o porque un tenista ya no tiene el cuerpo para tanta batalla. Y luego estamos nosotros, los que crecimos con Espinete, los que tuvimos que tragarnos sin anestesia su desaparición sin ni siquiera un adiós y aceptar, como si nada, que nos metieran los malditos mundos de Yupi por el gaznate. A nosotros, francamente, lo de Iniesta o Nadal nos afecta más bien poco. Porque ya estamos curados de espanto.

Tú, que ahora te lamentas porque tu ídolo cuelga las botas o guarda la raqueta, no tienes ni idea de lo que es un trauma. Lo de Espinete sí fue una puñalada trapera. Espinete era nuestro gigante rosa, peludo y tierno, el que te daba los buenos días y te arropaba las tardes, el que te hablaba de la vida de barrio, con una cercanía que solo un erizo antropomórfico podía tener. Un día estaba ahí, tan pancho, tan tranquilo y al siguiente, ¡zas! Desaparecido en combate. Sin despedida, sin explicaciones. Un buen día encendimos la tele y ya no estaba. En su lugar, nos metieron un par de marcianos con sonrisa prefabricada, con trajes de colores estridentes y esa asquerosa positividad que olía a plástico. Y encima nos decían que era para nuestro bien.

Así que, dime, ¿cómo crees que nos va a doler la retirada de un futbolista, por bueno que sea, o de un tenista con más títulos que sentido común, si nosotros ya vivimos una traición de verdad? A Espinete lo mataron de un plumazo y ni siquiera nos dejaron llorarle. Nos obligaron a adaptarnos a los mundos de Yupi, esa cosa sin alma, con sus promesas de un futuro brillante y sus gilipolleces futuristas. Pero nosotros no queríamos futuro, queríamos nuestro barrio, nuestros personajes de carne y peluche, nuestra puta normalidad.

Y aquí estamos, sobrevivientes de aquel atropello emocional. Tú, que ahora haces un drama de que Iniesta ya no te regale más tardes de fútbol, o de que Nadal no pueda seguir machacando rivales como un gladiador, no sabes lo que es perder a un verdadero icono. Espinete fue la primera vez que muchos entendimos lo que era que te cambiaran las reglas del juego a mitad de partida, sin previo aviso. Y aprendimos a callarnos, a tragarnos la rabia y a seguir adelante. Así que lo de Iniesta, lo de Nadal, ¿qué quieres que te diga? Otra raya más al tigre.

Nosotros estamos hechos de otra pasta. Llamémosle resistencia emocional, o simplemente la capacidad de pasar página sin hacer tanto ruido. Porque en el fondo, ya sabemos cómo va esto. Nos lo enseñaron a golpes: todo lo que ames, tarde o temprano se va al carajo. Y tú te quedas ahí, con cara de imbécil, preguntándote por qué. Así que, cuando Iniesta deja el fútbol o Nadal ya no puede más con su cuerpo, nos encogemos de hombros. Lo vimos venir. Sabemos cómo acaba la película. Porque si sobrevivimos a la desaparición de Espinete, colega, sobrevivimos a cualquier cosa.

Así que adelante, llora por tu futbolista, lamenta el final de tu tenista. Nosotros seguimos con lo nuestro, curtidos por el tiempo, inmunes a estos dramas menores. Porque la verdadera tragedia ya la vivimos hace años, cuando nos quitaron a Espinete para meternos a Yupi. Lo demás, sinceramente, nos la trae floja.

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