Despedida de un Olmo: Lamentos desde el Jardín de San Carlos. Por Jesús Suárez

por 21 Noticias

@jsuarez02111977

Aquí estoy, erguido y cansado, a punto de ser talado, no soy más que un olmo que ha conocido los secretos y las sombras del jardín de San Carlos. Me llamo John Moore, aunque eso no importa ahora. He vivido más de un siglo, he presenciado la historia de A Coruña y he soportado el peso de las estaciones, los amores fugaces y las lágrimas derramadas bajo mi sombra. Pero el tiempo y la ignorancia han hecho su trabajo. La grafiosis ha llegado, y con ella, mi sentencia de muerte.

Mis raíces se hundieron en la tierra de esta ciudad cuando era un niño. En mis ramas, he guardado risas de infantes y confidencias de amantes, mientras el mundo giraba a mi alrededor. He sido testigo de cambios, de pasiones, de guerras y de paz, pero ahora soy solo un vestigio de lo que una vez fui, un árbol que, como tantos otros, ha sido condenado a desaparecer. ¿Qué significa esto en un mundo que se aferra a lo efímero, que no sabe valorar lo que tiene hasta que es demasiado tarde?

Los que vienen a hacer su paseo por el jardín apenas levantan la vista. Miran sus móviles, toman fotos y siguen su camino. Ignoran que aquí, bajo la sombra de mis hojas, han tenido lugar vidas enteras. He sido un refugio en días de sol abrasador y un testigo silencioso de promesas hechas y rotas. ¿Quién se acuerda de mí? ¿Quién llorará mi desaparición? Aquí, donde los recuerdos se unen con las raíces, me voy como he vivido: en silencio.

Los tratamientos han sido un intento vano de salvarme, un remedo de lucha que no hace más que prolongar lo inevitable. Dicen que se hicieron esfuerzos, que las barreras se levantaron, pero en esta guerra contra el escarabajo que me consume, he sido solo un peón en un tablero cruel. Me da risa. Esa misma risa amarga que he escuchado a través de los años, el eco de la esperanza cuando la realidad no es más que un golpe seco en el tronco.

Me enfrenté a tormentas, a heladas, a la corrosión del tiempo, y ahora, el destino me da un empujón final, una estocada en la línea de salida. Trece de mis hermanos han caído antes que yo, y otros más seguirán.

¿Quién se apiadará de nosotros? Los nuevos olmos que plantaran no saben de este sacrificio, de esta historia de lucha y resistencia. Serán versiones modificadas, genéticamente alteradas para soportar la plaga, pero en el fondo, no serán más que sombras de lo que fui, de lo que representé. Árboles que no conocerán la historia, que no recordarán los ecos de risas infantiles ni los murmullos del viento.

Y sin embargo, aquí estoy, con la dignidad de un viejo guerrero que sabe que su tiempo se ha acabado. Me despido de esta tierra que me vio crecer, de las raíces que me han alimentado, y de las sombras que han albergado sueños y esperanzas. No soy solo un olmo; soy parte de la memoria colectiva de un jardín, de una ciudad que ha visto la vida en toda su complejidad.

Así que, que el viento se lleve mi lamento, que el eco de mi existencia persista en la memoria de aquellos que un día se detuvieron a admirar mis hojas. Porque aunque mi cuerpo caiga, mi esencia quedará grabada en cada rincón de este jardín. Quizás, algún día, un niño levante la vista y se pregunte por la historia de John Moore, el olmo que un día fue el guardián de este lugar. Y en ese instante, seré inmortal.

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