Torres de libros (PARTE II) Por José Antonio Ávila López

por José Antonio Ávila López

Si recuerdan, amigos lectores, mi anterior columna fue una primera parte de la plasmada hoy aquí, y dedicada a los libros. Continúo la escritura de esta columna comentando que hay literatos de un tiempo concreto que no trascienden a otro, y que si en su momento fueron el faro que nos acompañó en aquel gran mar de niebla intensa, pasado el tiempo se convierte en una luz especial que nos lleva a un amanecer inequívoco y nos convierte en protagonistas interiores de rayo que desprende esa luz.

Esto viene a corroborar que nuestra capacidad lectora se va nutriendo de emociones, y que esas voces que oímos mientras leemos provienen en infinidad de ocasiones de siglos pasados, y que también son parte de nuestra curiosidad para imitar o despreciar a según qué personajes. A mi parecer, hay un momento crucial en El Quijote de Miguel de Cervantes cuando nuestro ingenioso hidalgo decide volver a ser cuerdo acercándose ya su muerte, y su escudero Sancho le súplica que no lo haga, que vuelvan a salir a la aventura.

Con esto quiero decir que cuando llega el final en algunas obras literarias, nos convertimos en Sancho y exclamamos : ¡Qué no termine! Efectivamente, cuando te adentras como un personaje más al leer y estudiar una gran obra literaria, y disfrutas con esa lectura y ese estudio, nunca deseas que llegue el final… ¡Odias la última página! El literato francés Víctor Hugo dijo: Adoro los libros porque son amigos buenos y seguros.

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