Si recuerdan, amigos lectores, mi anterior columna fue una primera parte de la plasmada hoy aquí, y dedicada a los libros. Continúo la escritura de esta columna comentando que hay literatos de un tiempo concreto que no trascienden a otro, y que si en su momento fueron el faro que nos acompañó en aquel gran mar de niebla intensa, pasado el tiempo se convierte en una luz especial que nos lleva a un amanecer inequívoco y nos convierte en protagonistas interiores de rayo que desprende esa luz.
Esto viene a corroborar que nuestra capacidad lectora se va nutriendo de emociones, y que esas voces que oímos mientras leemos provienen en infinidad de ocasiones de siglos pasados, y que también son parte de nuestra curiosidad para imitar o despreciar a según qué personajes. A mi parecer, hay un momento crucial en El Quijote de Miguel de Cervantes cuando nuestro ingenioso hidalgo decide volver a ser cuerdo acercándose ya su muerte, y su escudero Sancho le súplica que no lo haga, que vuelvan a salir a la aventura.
Con esto quiero decir que cuando llega el final en algunas obras literarias, nos convertimos en Sancho y exclamamos : ¡Qué no termine! Efectivamente, cuando te adentras como un personaje más al leer y estudiar una gran obra literaria, y disfrutas con esa lectura y ese estudio, nunca deseas que llegue el final… ¡Odias la última página! El literato francés Víctor Hugo dijo: Adoro los libros porque son amigos buenos y seguros.