Siento hablar, como lo voy a hacer, del teniente general al mando de la UME, Javier Marcos. Y lo siento porque, por razones que no vienen al caso, me retrotraen a circunstancias y años que formaron mi personalidad y mi estar ante la profesión que había de ejercer en un futuro.
Fui discípulo de su padre.
El general Marcos se ha equivocado.
En su parlamento sobre los hechos luctuosos de Valencia, debió ser cauteloso en el decir, circunspecto en su hacer gestual y evitar recrearse en la suerte del halago, buscado o espontáneo, a los miembros del gobierno que le escuchaban con embeleso.
Marcos tiene porte, su hablar es pausado e inteligente y como es natural lo sabe y cae sin saberlo (o sí) en la oratoria del político que a muchos deja indiferentes o molestos.
No debió tomar partido y poner el foco de la responsabilidad de la catástrofe en la Generalidad valenciana, aunque esta tenga su cuota parte ineludible.
Debió guardarse su opinión y ceñirse, como militar, a la equidistancia que con tanto ahínco han propugnado durante años, políticos, periodistas y un sinfín de opinadores.
Creo que al final de esta triste historia, lo que se dirime es una cuestión política más que humana.
La pregunta que pocos han formulado es por qué no se decretó el nivel 3 que hubiera hecho recaer la responsabilidad en el ministro del Interior y la ejecución y dirección operativa en el jefe de la UME.
La tragedia que se avecinaba así lo hacía pertinente, pero no se sabe por qué motivo, la decisión sensata y necesaria no se tomó.
El general Marcos nos habló de la disponibilidad y la prontitud en la ejecución de la orden que recibió, algo que, conociendo la eficacia de las Fuerzas Armadas, resulta redundante.
Pero no habló de la necesidad de adoptar el nivel 3.
Si se habla de política, aunque sea de un modo tangencial y , permítaseme, un poco pastelero, hay que ser radical. Es decir, acudir a la raíz.
El general Montenegro, ya retirado y antiguo jefe de la UME, aseguró en varias tertulias televisivas, que hubiera sido conveniente adoptar el mencionado nivel de peligrosidad, e incluso acudió a la casuística, una próxima y otra remota, citando la tragedia de Lorca, nivel 2, y superada con creces por lo ocurrido en Valencia.
Y nos recordó que a Felipe González, no le tembló el pulso a la hora de destacar veinte mil hombres en Bilbao cuando fueron necesarias su presencia y su inmediatez.
He visto, visionado, como ahora se dice en la neolengua, un acto en el que el Jefe de Estado Mayor de Australia, interrumpe el discurso de un político, creo que el ministro de Defensa, cuando este se sale del guion y arrima el ascua a su sardina ideológica.
Ordena a sus subordinados que se retiren y que no secunden con su presencia en primer plano las palabras , creo recordar, insisto, del ministro de Defensa.
Y no fue el Apocalipsis. Todos aceptaron las indicaciones del militar tocado con el vistoso sombrero de ala ancha, tan peculiar.
La disciplina, virtud tan necesaria y glosada, es virtud controvertida y puesta a prueba en condiciones adversas.
El mismo Franco, en su discurso de cierre de la Academia General Militar, de la que era Director, por orden de Manuel Azaña, hizo una definición perfecta e incluso poética de la disciplina. Sin embargo, ante la cruda realidad que vivía España, tuvo que elegir y eligió la rebeldía.
También el General Atares de la Guardia Civil, le gritó a Gutiérrez Mellado “entre la disciplina y el honor, elijo el honor” y más recientemente en Bosnia un oficial de La Legión incumplió una orden de la OTAN que hubiera dejado a su suerte a hombres, mujeres y niños a merced de los musulmanes.
Y usted se preguntará, ¿no son ejemplos extemporáneos y exagerados? Efectivamente, lo son, solo quiero poner de manifiesto que a lo mejor si la UME Y los ejércitos hubieran salido sin esperar órdenes políticas, quizá las cosas hubieran transcurrido de otra manera.
En este caso prevaleció la disciplina, pero para mayor “inri”, hay muchos valencianos que no entienden ni comparten estas disquisiciones.
Ortega nos dejó escrito que España estaba “invertebrada”, pero tanta vertebración y tanto chiringuito nos hacen dudar de lo acertado del maestro.