Siento hablar, como lo voy a hacer, del teniente general al mando de la UME, Javier Marcos. Y lo siento porque, por razones que no vienen al caso, me retrotraen a circunstancias y años que formaron mi personalidad y mi estar ante la profesión que había de ejercer en un futuro.
Fui discípulo de su padre.
El general Marcos se ha equivocado.
En su parlamento sobre los hechos luctuosos de Valencia, debió ser cauteloso en el decir, circunspecto en su hacer gestual y evitar recrearse en la suerte del halago, buscado o espontáneo, a los miembros del gobierno que le escuchaban con embeleso.
Marcos, tiene porte, su hablar es pausado e inteligente y como es natural lo sabe y cae sin saberlo ( o si) en la oratoria del político que a muchos deja indiferentes o molestos.
No debió tomar partido y poner el foco de la responsabilidad de la catástrofe en la Generalidad valenciana, aunque esta tenga su cuota parte ineludible.
Debió guardarse su opinión y ceñirse, como militar, a la equidistancia que con tanto ahínco han propugnado durante años, políticos, periodistas y un sinfín de opinadores.
Creo que al final de esta triste historia, lo que se dirime es una cuestión política más que humana.
La pregunta que pocos han formulado es por qué no se decretó el nivel 3 que hubiera hecho recaer la responsabilidad en el ministro del Interior y la ejecución y dirección operativa en el jefe de la UME.
La tragedia que se avecinaba así lo hacía pertinente, pero no se sabe por qué motivo, la decisión sensata y necesaria no se tomó.
El general Marcos, nos habló de la disponibilidad y la prontitud en la ejecución de la orden que recibió, algo que, conociendo la eficacia de las Fuerzas Armadas, resulta redundante.
Pero no habló de la necesidad de adoptar el nivel 3.
Si se habla de política, aunque sea de un modo tangencial y , permítaseme, un poco pastelero, hay que ser radical. Es decir, acudir a la raíz.
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