@jsuarez02111977
España es una cloaca. Lo repito: una cloaca. Un país que, si alguna vez tuvo algo de nobleza, la perdió hace tiempo en el mercado de las miserias. Aquí la política es un deporte de baja estofa, una sucesión de trapicheos donde la dignidad no cuenta, donde cada día se mercadea con la ley, con la verdad y con la gente. ¿Qué queda de un país cuando sus líderes se venden al mejor postor? ¿Qué queda de España cuando quienes deberían defenderla la usan como un tablero de juego en el que el único objetivo es destrozar al rival y llevarse el botín?
Aquí nadie gobierna: todos trafican. La política es una jaula donde cada uno saca el puñal para hundírselo al que tiene enfrente, sin piedad ni remordimientos. Y mientras, los ciudadanos —esa masa de votantes que solo interesa en campaña— observan incrédulos cómo se reparte el poder entre promesas huecas y lealtades de opereta. Este país, que un día quiso ser grande, se ha convertido en un juego sucio de chantajes y traiciones, en un burdel donde la palabra patria suena como una mala broma, una palabra prostituida y barata.
¿Patriotismo? El patriotismo aquí es de quita y pon, una farsa que se saca de paseo cuando hace falta un puñado de votos o una excusa para pactar con quien haga falta. Y que nadie se equivoque: no hay santos ni héroes en esta historia. Da igual el color, da igual el bando; cada uno hace su propia versión de esta comedia en la que el sentido de Estado es un estorbo, y la coherencia, un lujo que pocos pueden permitirse. No hay un solo político dispuesto a quemarse por defender principios. No. Aquí, cada palabra y cada gesto tienen precio, y ese precio siempre se paga con lo que es de todos.
Y así vamos, con un país troceado y vendido, un país al que han destrozado para sacar tajada, para mantener el sillón, para seguir medrando. La política se ha convertido en un circo sin honor, una colección de rostros sonrientes que, mientras estrechan manos y reparten eslóganes, se aseguran de que el bando contrario sufra, de que el adversario se hunda, de que, si hace falta, el país entero se vaya al infierno.
¿Importa la educación? ¿La sanidad? ¿La justicia? No. Nada importa cuando el fin es mantenerse en el poder. Aquí nadie busca el bien común; cada uno se limita a cobrar su parte del botín, a enterrar la moral bajo kilos de cinismo.
Mientras tanto, el ciudadano se va desangrando: el que pierde el trabajo, el que hace cola en un hospital saturado, el que ve su negocio hundirse bajo impuestos y leyes absurdas. Porque para ellos, para esa gente corriente, no hay salvavidas, no hay rescate. Ellos solo existen como peones en esta partida sucia, manipulados por unos políticos que, en realidad, desprecian al país que dicen representar.
España podría ser otra cosa. Podría tener dirigentes que defendieran algo más que sus escaños y sus sueldos, gente con la decencia de ponerse al servicio de los demás. Pero en este país, ese tipo de gente está en peligro de extinción. Aquí lo que tenemos son buitres con corbata, lobos disfrazados de corderos, genios de la traición y la mentira que han convertido a España en su propia finca, en una propiedad que exprimirán hasta que no quede nada.
Así que aquí estamos, viendo cómo se pudre todo, viendo cómo cada día que pasa nos dejan un país más deshecho, más roto, más vacío. Porque ellos, los políticos, hace tiempo que dejaron de tener conciencia. Y nosotros, los ciudadanos, hace tiempo que dejamos de esperar algo de ellos. Nos han robado el país, la esperanza y hasta el derecho a soñar con algo mejor.