El DARDO y los Dardos del tiempo. Por Francisco Morán


Escribo esto a vuelapluma y usando el maldito dictado de voz que parece diseñado por Demóstenes con media pista de ceniza de Riazor en la boca, de modo y manera que lo que yo digo no se corresponde en absoluto con lo que el dictado traduce.
Un insondable misterio de la ciencia, como aquel mítico marcador DARDO que, anclado en la aún hoy superviviente Torre de Marathón de Riazor nos ofrecía el misterio de quién había marcado un gol patrocinado por los calcetines Punto Blanco o un Licor 43, que parece hoy más propio del Pleistoceno Superior que cualquier otra bebida moderna, de las de poner muy arriba en la barra de cualquier Pub o Licorería al efecto.

Recuerdo primigenio de un Riazor en blanco y negro, de pertinaz e inmisericorde lluvia y frío hasta el tuétano del hueso más recóndito y desconocido, ese que solo conoceríamos si nos dedicásemos a estudiar la siempre complicada y difícil, pero al fin meritoria y prestigiosa carrera de medicina.
Porque para haber conocido al marcador DARDO en Riazor y en persona, hay que tener los recibos del Ocaso al día y un plan de pensiones ya bien cebado, tal y como está el patio hoy en día.
Ardua tarea era descifrar todos y cada uno de los ocho marcadores sin poseer al menos el mínimo pecunio para, o bien comprar el periódico, o bien gastarse las consabidas pesetas en un café o consumición suficiente en el bar de turno, rezar porque el que periódico estuviese libre y poder cortar el trozo de papel del susodicho periódico con un pequeño ataque de tos y sin que el propietario del bar se diera cuenta, so pena de que nos midiera las costillas en pulgadas o pies castellanos.
O disfrutar del grandísimo privilegio de tener una memoria fotográfica lo suficientemente desarrollada para luego en el campo, acordarse de todos y de cada uno de los marcadores y los equipos participantes sin temor a equivocarse.
Dardo y reflejo de un tiempo ya al menos, en nuestro caso, tristemente fenecido, puesto que nuestro currículum como equipo y hasta la desaparición del mismo, hace casi 50 años, no era para sentirse precisamente orgulloso: algún Teresa Herrera meritorio tumbando al reciente campeón de Europa, un subcampeonato de Liga y una pírrica y única victoria en el Santiago Bernabéu, entonces Chamartín.
Hoy los dardos vienen y van por otras direcciones, se han transformado en pullas digitales que nos permiten estar más que al día, al segundo de las desgracias y miserias, más abundantes hoy que las alegrías en un Riazor que ha dejado fuera de su recinto al soporte del marcador DARDO, al único vestigio de un pasado heroico como es la Torre de Marathón y con un futuro más que negro si al final suena la campana y podemos ver partidos del Mundial 2030, salvo que del dardo valenciano nos tumbe la sede ante la desidia de los que dicen mandar.
En fin, como diría aquel señor que venía en el trolebús de Carballo, «HÁSE SABER…»

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