@jsuarez02111977
Huele a muerte en los pasillos del poder. El cadáver del socialismo se descompone a la vista de todos y nadie en la coalición de gobierno tiene los santos cojones de decir basta. Ni uno. Se reparten la putrefacción como hienas en banquete, con la servilleta al cuello y la conciencia en el cubo de la basura. No hay dignidad. Solo supervivencia política y un hambre insaciable por seguir engordando en el festín de la indecencia.
Los socios del PSOE no gobiernan: parasitan. Viven del cuerpo moribundo de un partido que ya no se sostiene, cuya piel se resquebraja con cada escándalo, con cada nombre propio que va cayendo por el barranco de la corrupción. Koldo. Ábalos. Santos. Lo que asoma por la punta del iceberg. Pero ahí siguen, Sumar, ERC, Bildu, PNV y demás convidados al entierro, todos con cara de funeral y manos llenas de migajas. No hay ruptura. No hay coraje. Solo una cobardía miserable, disfrazada de responsabilidad institucional. Una hipocresía asquerosa.
Porque si algo necesita este país es elecciones. Votar. Que el pueblo decida. A izquierda o derecha, con furia o resignación, pero que hable. Lo peligroso no es solo que el PSOE se deshaga a jirones, sino que los que se sientan a su mesa sean incapaces de abandonar el convite. Porque ya no es política, es carroñeo. Los partidos de coalición no solo se callan, sino que son cómplices. Prefieren seguir royendo el hueso infecto antes que asumir su responsabilidad y romper la baraja. Y no es por lealtad. Es por cobardía. Porque sin este circo no tendrían ni jaula.
Han comprado el relato, han pactado el silencio, han elegido comer de un muerto antes que devolverle el poder al pueblo. No quieren elecciones porque tienen pánico a lo que venga. Porque saben que, fuera del chiringuito, hace frío. Porque saben que, sin el respaldo de una maquinaria podrida, pero gigantesca, son nada. Han dejado de ser partidos para convertirse en una colección de parásitos agarrados al cuerpo aún caliente del viejo PSOE.
Y mientras tanto, el aforamiento sigue. Los privilegios continúan. Las nóminas vitalicias intactas. La vida dorada del político profesional permanece a salvo, blindada por leyes hechas a medida, por pactos de silencio y por una ciudadanía agotada. Porque eso es lo más grave: el pueblo está harto. Harto de discursos, de gestos vacíos, de teatrillos en el Congreso y de ver cómo los sinvergüenzas se jubilan a cuerpo de rey tras haberse reído en su cara durante años.
Lo que se necesita no es una nueva ley, ni una mesa de diálogo, ni otro ministerio inútil. Lo que hace falta es una patada en la puerta. Una sacudida. Un “hasta aquí” que arrastre a toda esta cuadrilla de cobardes al lugar que les corresponde: fuera del poder. Porque el que calla, otorga. Y el que se queda cuando todo apesta, es porque ha encontrado su sitio entre las ratas.
No hay que tener piedad. No se puede seguir tolerando que los socios de gobierno se limpien la boca con la bandera de la dignidad mientras siguen chupando médula de una democracia enferma. Tienen que salir. Todos. Y que el pueblo hable, vote, decida. Porque lo único que ya no puede permitirse España es seguir gobernada por cobardes que comen cadáveres mientras fingen que están salvando el país.