El talento no tiene nada que ver con lo que tienes entre las piernas

Está muy bien la igualdad. Está muy bien que hombres y mujeres puedan subirse al mismo escenario, con las mismas oportunidades y las mismas condiciones. Aplaudo el feminismo cuando lucha por eso, por un campo de juego nivelado donde solo valga lo que uno —o una— es capaz de hacer con un instrumento, una voz o una canción. Pero lo que hoy se está viendo en el mundo de la música roza el esperpento, y lo peor es que nos quieren hacer creer que es justicia social.

Hay festivales en los que ya no importa si eres bueno, si tienes una trayectoria, si arrasaste en salas o si te has partido el lomo girando por pueblos y ciudades para ganarte un sitio. Lo que importa es el género que figura en tu DNI. La moda de la paridad ha cruzado una línea peligrosa: ahora es un requisito, no un resultado. Ya no se busca que haya mujeres porque son buenas; se buscan mujeres para llenar un cupo. Y eso, por mucho qué joda admitirlo, no es igualdad. Es una forma sofisticada de discriminación.

Un festival importante debería ser como una alineación de Champions: se juega con los mejores que haya, punto. Si en ese cartel hay un 70% de hombres y un 30% de mujeres, porque así lo marca el talento que existe en ese momento, perfecto. Si es al revés, también perfecto. Lo que no tiene ni pies ni cabeza es meter a una banda mediocre —del género que sea— por encima de otra que le da mil vueltas, solo porque hay que equilibrar las estadísticas para la foto del concejal de turno.

El público no es idiota. Puede que aplauda por postureo y por no parecer retrógrado, pero cuando paga una entrada quiere calidad. Quiere emoción. Quiere artistas que le revienten el pecho con un solo de guitarra o una letra que le atraviese como un cuchillo. Y eso no entiende de bragas ni de calzoncillos.

La música no necesita cuotas, necesita respeto. Respeto por el oficio, por la carretera, por las horas de ensayo, por los discos que se venden de uno en uno en las barras de los bares. Si seguimos por este camino, acabaremos con carteles impecablemente paritarios, pero musicalmente planos, huecos, intrascendentes. Festivales que serán políticamente correctos, pero artísticamente inútiles.

Igualdad sí, siempre. Pero igualdad de verdad. La que se gana con sudor y talento, no con una X en una casilla del Excel municipal. Porque el día que dejemos de mirar la calidad para mirar solo el sexo, habremos matado lo único que hace que la música siga viva: la verdad que lleva dentro.

Etiquetas
Comparte éste artículo
No hay comentarios