Resulta casi enternecedor ver a toda la prensa lisboeta montar el numerito porque el Deportivo no quiere vender a su jugador franquicia. Treinta millones sobre la mesa, gritan, como si en A Coruña fuéramos a rompernos las manos de tanto aplaudir y a abrir la puerta de par en par, agradecidos por su generosidad imperial. Pero no, no, señor. Aquí nadie se arrodilla ante Lisboa, ni ahora ni nunca.
El problema es que en Portugal, sobre todo los del Sporting, siguen creyéndose el centro del universo. Y, claro, desde su pedestal miran hacia Riazor como quien observa una aldea atrasada que no entiende de negocios. Lo que no soportan es que el aldeano les conteste con una carcajada y les cierre la puerta en las narices.
Hablemos claro: el Sporting de Portugal es ese club que siempre vivió a la sombra de los otros dos grandes. Cuando se reparten la gloria en Europa, los títulos gordos y la grandeza, son Benfica y Oporto los que se sientan a la mesa. El Sporting, como mucho, trae el postre. Desde 1906, año de su fundación, hasta hoy, pueden presumir de unas cuantas ligas —19, para ser exactos—. Buen número, sí, hasta que uno lo compara con las 38 del Benfica o las 30 del Oporto. Son el tercero en discordia. Siempre el tercero.
¿Europa? Aquí se pone interesante. Porque lo que ellos venden como historia gloriosa se reduce a una Recopa en 1964, ganada en tiempos en que el fútbol continental era poco menos que una excursión de provincias. Desde entonces, humo, excusas y promesas. Ni una Champions, ni una Europa League, ni un asomo de grandeza que pueda medirse con lo que el Deportivo consiguió en un suspiro de una década dorada: semifinales en Champions, un 4-0 al Milan, un Centenariazo en el Bernabéu que Lisboa solo podría soñar.
Pero eso no se lo cuentan a sus aficionados, que viven del mantra de “somos la cantera de Cristiano Ronaldo”. Y con eso se consuelan, como si de haber visto debutar a un chaval les correspondiera parte de sus Balones de Oro. El Sporting, sin Cristiano, vuelve a ser lo que siempre fue: un club simpático, con estadio bonito, buenos canteranos y un ego desproporcionado.
Ahora, que el Deportivo rechace treinta millones, eso no entra en sus esquemas. Su prensa se indigna, sus aficionados se suben por las paredes. “¿Cómo es posible que un club que estuvo en Tercera se permita el lujo de decirnos que no?”, preguntan, atónitos. Pues muy fácil: porque en A Coruña tenemos memoria. Porque aquí se sabe lo que significa ser grande, aunque haya que bajar al barro para volver a subir. Y porque un jugador puede valer más que cualquier cifra, si simboliza un proyecto, una dignidad y una ciudad entera.
Que sigan con sus fados, con su pose de capital imperial venida a menos. Que sigan creyendo que el dinero compra la historia, el orgullo y el futuro de un club. Lisboa podrá mandar en muchas cosas, pero en Riazor manda el Deportivo. Y eso, ni treinta millones ni trescientos lo van a cambiar.