
Cuando todos los procesos estén mecanizados y la inteligencia artificial controle las operaciones, ¿quién comprará los productos y servicios? La economía parece olvidar un detalle esencial: sin trabajo no hay renta, y sin renta no hay posibilidad de consumo que sostenga la dignidad humana. La promesa de la automatización total es seductora. Las fábricas se vuelven más eficientes, las decisiones son instantáneas, los márgenes de beneficio mayores. Pero todo esto ignora su propio paradoxo, es decir, un sistema productivo sin personas es un sistema que se vacía de sentido.
La historia se repite con un nuevo lenguaje. Sustituimos hombres por algoritmos, experiencia por datos, vínculos por eficiencia. Y a esto lo llamamos progreso. Sin embargo, el progreso que elimina lo humano no es evolución. Podría afirmarse que se trata de una amputación. La inteligencia artificial puede producir casi todo, pero no puede comprar nada. Y cuando el empleo se convierte en un privilegio, la economía deja de ser un espacio de creación de valor y pasa a ser un mecanismo de exclusión.
Sostenibilidad no es lo mismo que crecimiento económico. Crecer es acumular, mientras que sostener es permanecer con sentido. Un país puede aumentar el PIB mientras destruye su tejido social, sus comunidades y la dignidad social del trabajo. Hoy el verdadero desafío no es automatizar el mundo, sino rehumanizarlo. Porque solo lo que es humano puede ser, verdaderamente, sostenible. En la sostenibilidad no hay competencia, hay colaboración.