Según Wikipedia.org, el Gish gallop (galope de Gish) o ametralladora de falacias es «una técnica de debate que se centra en abrumar al oponente con el mayor número de argumentos posible, sin tener en cuenta la exactitud o solidez de los mismos» y tendría como efecto colateral la imposibilidad de celebrar un debate sereno y constructivo al quedar desarbolada cualquier estrategia mínimamente racional del contrincante.
El término fue acuñado por Eugenie Scott y recibe su nombre del creacionista Duane Gish, que utilizó esta técnica con frecuencia contra los defensores de la evolución. Durante el Gish gallop, «un debatiente se enfrenta a su oponente con una rápida sucesión de argumentos engañosos, medias verdades y tergiversaciones en un corto espacio de tiempo».Dicha técnica hace perder tiempo al oponente y puede poner en duda su capacidad de debate ante un público que no esté familiarizado con la técnica, (especialmente si no hay una verificación independiente de los hechos o si el público tiene un conocimiento limitado de los temas)».
La citada tecnica manipuladora habría encontrado su hábitat natural en las web digitales y las redes sociales. Así, una vez cocinadas las falsas informaciones, medias verdades o tergiversaciones, son enviadas simultáneamente a toda la pléyade de web digitales que luego se viralizarán en redes como X. Posteriormente, dichas fake news serán recogidas por medios impresos y sirviéndose de la «espiral del silencio» de los medios de comunicación de masas, consiguen su objetivo de transmitir a la opinión pública la idea cocinada en los laboratorios de desinformación.
Asimismo, la sucesiva e ininterrumpida aparición de bulos o fake news desarbola cualquier estrategia mínimamente racional para refutarlos, pues de facto, «cada punto planteado por el «galopante gishiano», exige considerablemente más tiempo para ser refutado o verificado que para ser enunciado». Si a ello se le suma una práctica periodística peligrosamente mediatizada por la ausencia de la exégesis u objetividad en los artículos de opinión así como por el finiquito del código deontológico periodístico, tenemos como resultado un bucle de retroalimentación positiva que consigue inocular el bulo o desinformación en el encefalograma plano de la conciencia crítica de la sociedad actual.