Augusto César Lendoiro
Una vez transcurrido un tiempo prudencial desde que se produjo la jugada del año en la Liga, parece oportuno reflexionar sobre lo que ha ocurrido y lo que habría que hacer para que no se vuelva a producir algo similar.
La secuencia del Valencia-Madrid pone al descubierto no solo una serie de errores arbitrales, sino también incuestionables modificaciones reglamentarias.
Ese gran colegiado que es Gil Manzano, que estaba realizando un buen arbitraje en un encuentro difícil de dirigir, gestionó muy mal la última fase del encuentro. Es difícil entender cómo pudo cometer esos fallos técnicos y contables.
Es inconcebible que después de avisar repetidas veces que el saque de esquina, y la siguiente jugada, serían lo último del encuentro, no lo hiciese. Tras el despeje del portero che, prolongó el partido solo unos segundos, pero los suficientes como para que se produjese el escándalo.
El primer error de Gil Manzano fue añadir siete minutos, cuando solo por la lesión de Diakhaby el juego había estado detenido tres minutos y medio. Continuaron sus fallos al prolongar un ridículo minuto más el añadido, sin tener en cuenta que el VAR, por el no penalti a Hugo Duro, había paralizado el encuentro dos minutos y veinte segundos.
Pero su decisión más inexplicable se produjo al autorizar el lanzamiento de un córner, pasado ya el minuto que había ampliado sobre el añadido, y, tras sus ostensibles gestos de que aquello se había terminado, permitir que se siguiese jugando.
Menos mal que, aunque demasiado tarde, Gil Manzano señaló el final del encuentro. ¿Se imaginan la que pudo ocurrir si, después de los gestos, concediese el gol del Madrid? ¿O, con el ambiente que se respiraba en Mestalla, si esa misma jugada se hubiese producido en un ataque del Valencia? ¿Y si tuviese lugar en una final de la Copa del Rey o de Champions. con las dos aficiones compartiendo el estadio?
En esos casos seguro que estaríamos hablando de un desorden público, de consecuencias inimaginables, y todo por la cabezonería de no admitir un reloj que informe a todos los espectadores que se juegan los últimos segundos del encuentro.
Sería casi imposible encontrar un ejemplo mejor que la última jugada del Valencia-Madrid, para convencer a la IFAB de que es urgente que imponga el tiempo efectivo de juego en el fútbol profesional. Un simple reloj lo hubiese solucionado todo.
Parece un absurdo que un deporte superprofesionalizado, y cada día más apoyado en la tecnología, se castigue al árbitro a tener que contabilizar el tiempo perdido y tener que acertar en el momento que debe finalizar el partido. ¿No creen que bastante tienen con hacer bien su más que difícil cometido?
No se trata de disculpar a Gil Manzano, que no tuvo su día, pero buena parte de la culpa entiendo que la tiene su ‘reloj’ que se le ‘paró’: tanto al mostrar la tablilla, como con la minúscula ampliación posterior… aunque el drama se produjo en los segundos finales.
Veamos la síntesis de mi cronometraje de la prolongación. El árbitro amplía el partido un total de ocho minutos y cuarenta segundos. De ellos, el juego está parado, CINCO MINUTOS, por el VAR, penalti, faltas, fueras de banda, de fondo…
Es decir, de los OCHO MINUTOS Y CUARENTA SEGUNDOS AÑADIDOS, tan solo se han disputado TRES MINUTOS Y CUARENTA SEGUNDOS DE JUEGO EFECTIVO. Ni la mitad .
En base a ello finalizó con dos peticiones. La primera es reiterarle, por enésima vez, a la IFAB, que acuerde con urgencia el tiempo efectivo de juego por el bien del fútbol.
Mi segunda petición es, como cliente, solicitarle a Movistar que incluya en las estadísticas el tiempo de juego real. Sin duda es un dato mucho más interesante que otros que ofrecen.
Pd. Por cierto, ¿sabe usted, querido lector, cuando nos ofrecen el % de posesión de cada equipo, cómo se distribuye el tiempo cuando el balón no está en juego? Yo no.