Nunca tan lejos y tan cerca han estado Platón y Belén Esteban, y desde algún lugar avergonzado ha de estar el filósofo de que su metáfora sobre la proyección del mundo sensible y el inteligible haya llegado de forma tan ridícula al patetismo y al ejemplo de la involución de la evolución humana.
En la etapa de mayor flujo de información de la historia, de más rápida, sencilla y universal accesibilidad, el sentido y el valor de la misma ha decrecido hasta límites tan ínfimos que uno se pregunta si es también el período de la mayor deshumanización que jamás haya sufrido o vivido la sociedad organizada como tal. Incluso en los ciclos de las grandes masacres, ya fuera en nombre patrio, de Dios en cualquiera de sus versiones, o del eco eterno, hubo ejemplos en el otro lado de la balanza que siempre consiguieron, al menos a la larga, ganar la batalla de las ideas. Pero esas ideas languidecen hoy en día en pos de realidades, intereses o necesidades creadas en cadenas de montaje, en rollos de fast food con alguna perniciosa atención de mantener manso el espíritu de denuncia. Solo así entiendo que por delante de uno se sucedan las tragedias humanitarias, los saqueos ya no solo económicos, sino a las conquistas que durante años, décadas e incluso siglos tardamos en alcanzar, y muera lo que en algún tiempo se dio en llamar la batalla de las ideas. El proceso es tan simple que da miedo considerarse en lo más alto de lo que Darwin definía como nuestro cénit evolutivo:
1- Se crea un mundo absolutamente virtual, con personajes estereotipados y sobreactuados para no dejar lugar a la intuición o suposición alguna sobre su condición. Ese mundo proyecta ilusiones de repercusión, fama y glamour, dentro de una farándula de bisutería, y autogenera debates banales que por otra parte dan una sensación ficticia de importancia. Está creado el universo paralelo.
2- Mientras en otros canales, ya sean televisivos, radiofónicos, impresos o virtuales permanece o más bien subyacen todas aquellas crisis humanas y de valores a las que antes señalaba, la rueda sigue girando y acapara la atención con una cobertura prácticamente 24/7, que una vez ha enganchado al espectador o receptor parece meter dentro de una dinamo sin parada. Conecta con aquel concepto que los romanos dieron en denominar pan y circo, mientras la escala de intereses, inquietudes y necesidades se vacía de contenido y se llena de continente, hasta el punto que los puntos de debate, lo que es la vocación original formativa, informativa y de entretenimiento de los mass media, especialmente los públicos, se queda únicamente en esa tercera y coja premisa. «Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante», dijo en su día Kapuscinski.
3- Una sociedad que devora los tiempos, se mueve a una velocidad que apenas puede asumir sin violar las más primarias y esenciales libertades, tiene ante sí la disyuntiva de elegir entre el producto de evasión y digestión exprés o la lectura pausada con paso a una reflexión que de algún modo incentive algo en esa escala de valores que algún día fue casi innata, que se moldeó con la educación y las vivencias y que ya rara vez recibe estímulos productivos. De esta forma, la opción A se convierte en una suerte de órgano de debate público y en el moderno concepto de postverdad, mientras el resto pasa a tener un carácter incluso subversivo, del que desconfiamos y recelamos por el mero miedo del desconocimiento.
4- Los tiempos de desconexión de esa ‘basura espacial’ se rellenan con una poquísimo puntillosa y nada selectiva ‘revista de actualidad’ según la cual nos llegan titulares al azar sobre la realidad mundial, en los que no cabe apenas ninguna de las tradicionales 5W del periodismo académico clásico (what, who, where, when, why y how), por lo que no recibimos más que hojas propagandísticas, generalmente procedentes de un mismo interés supremo, donde la capacidad de juicio ha acabado hundida y pisoteada por el entorno, sí, pero también por una errónea elección en el paso 1.
5- No solamente ese mal abarca al conocimiento o al aprehender personal, sino a una industria cultural que se desgarra en todos sus estamentos: musical, cinematográfico y literario. Apenas se compone algo elaborado y coherente que entre en los grandes mercados, consumimos blockbusters palomiteros y preferimos esperar a la adaptación de la novela.
Si esas malentendidas técnicas de la evolución fuesen capaces de resucitar por unos días a Platón, y no se le cayese la barba hiptster a los pies al ateniense al contemplar el mundo, seguramente su continuación de La República tendría al esclavo en la caverna viendo una tele Ultra HD 4K, con reflejos de esa realidad creada… y el que se la vendió diciendo: «Yo no soy tonto, pero tú…»