Yo, bautizado, confieso… Por Miguel Abreu

por Miguel Abreu

Porque soy cristiano, y porque soy una persona cuyos principios son comprensión y respeto por los demás, acepté que las escuelas, los hospitales y muchas otras infraestructuras públicas fueran despojadas de símbolos religiosos.  Para no molestar a los vecinos, durante el día y la noche, apagué las campanas de la iglesia.

Para no perturbar el tráfico, ni a ningún transeúnte más sensible, dejé de acompañar el cuerpo de quien fue mi compañero durante toda su vida hasta su nueva y definitiva morada. Para integrarme y dar una imagen de modernidad, construyo templos que casi sólo reconozco e identifico cuando entro en su interior. Para no herir la ignorancia de alguien, no intervengo cuando alguien compara a Dios con un amigo imaginario.

En la calle dejé de ver y reconocer a aquellos a quienes, con plena confianza, me gustaría acudir para que me ayudaran a encontrar el camino de regreso. Empezaron a perder su carácter, quizás también por razones de integración.

Y, me fui desnudando…

Por las más diversas razones, comencé a abandonar los símbolos, no los uniformes, ni los complementos de moda, sino los símbolos, que son signos y referencias en un mundo que parece haber perdido el rumbo.

Empiezo a agacharme (cuando veo la hora en mi reloj de pulsera), me encierro en las celebraciones (sobre todo en las celebraciones fúnebres), me escondo… me voy diluyendo, y conmigo todos los signos, que serían quizás pequeños bocetos del cielo, en este vivir camino a la eternidad. Con impasibilidad observo la incomprensión entre los Hombres, la destrucción de los vínculos humanos, la petrificación de los corazones y el embrutecimiento de la civilización.

Yo, bautizado, confieso, yo fui y soy, responsable de la creciente mundanidad con lo cual acepto fácilmente perder las ganas de vivir para pasar a un estado de supervivencia.

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