“Llévate la bicicleta, que yo me quedo con el sillín” Por Miguel Abreu

Hay quien piensa que, en una discusión, gana quien se lleva la bicicleta. Es el impulso inmediato, el reflejo de quien mide la victoria por el tamaño del objeto, por la posesión de lo que parece más valioso. Pero la vida, al igual que la sabiduría, rara vez se deja engañar por las apariencias. Una bicicleta sin sillín es una victoria vacía. Parece entera, pero no sirve para nada. Le falta lo esencial.

“Llévate la bicicleta, que yo me quedo con el sillín” es una frase que separa a quien reacciona de quien piensa. Es la metáfora de quien comprende que, a veces, la verdadera ganancia está en renunciar a lo que brilla para quedarse con lo que sostiene. Porque el sillín, aislado, puede parecer poco, pero en él hay utilidad, posibilidad, futuro. Sirve para ser reutilizado, reinventado, reconvertido – sirve para seguir siendo útil. Es una pieza que todavía puede generar confort, innovación o incluso belleza. En cambio, la bicicleta sin sillín es solo apariencia, una estructura sin sentido e inútil.

Vivimos tiempos en que muchos corren detrás de la bicicleta, olvidándose de mirar el sillín. Se pierden en disputas estériles, aferrados a lo que parece más importante, pero que en el fondo se volverá inútil. La mediocridad comienza cuando dejamos de pensar más allá de la superficie. Cuando dejamos de ver que lo esencial puede ser pequeño, discreto, pero vital. Quizá aquí esté la verdadera sabiduría: no en vencer, sino en comprender el valor de lo que permanece con nosotros cuando todo lo demás se va.

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