La dimisión de Carlos Mazón como presidente de la Generalitat Valenciana no es un acto de contrición, sino el epílogo de una gestión que ha culminado en la tragedia y la burla política. El ya expresidente, actuando sin escrúpulos, o, peor aún, con un cálculo político de perdedor, ha logrado el peor desenlace posible. Pero la verdadera sombra de este ‘silencio de la muerte’ recae sobre Alberto Núñez Feijóo, cuyo liderazgo ha quedado en evidencia y cuya inacción en esta crisis lo coloca en la cuerda floja.
La salida de Mazón ha sido un ejercicio de cinismo. Tras la vergüenza de la DANA y la gestión desastrosa, el anuncio de su dimisión se convirtió en un acto egoísta y con alevosía. Lejos de convocar elecciones y permitir a los valencianos decidir su futuro, Mazón se va dejando un regalo envenenado: apelar a la «responsabilidad» de Vox para que el PP elija un sucesor y agote la legislatura.
Esta maniobra, un «guiño de perdedor» (por no llamarle otra cosa), deja a la Comunidad Valenciana atada de manos por un socio ultra que ya estaba en el Consell. Al forzar esta continuidad, Mazón dinamita cualquier posibilidad de regeneración inmediata y condena a los valencianos a una incertidumbre innecesaria en pleno proceso de reconstrucción. La arrogancia de Mazón, al irse sin convocar a las urnas, ha terminado por «morir matando».
Lo más grave de esta crisis no es la falta de escrúpulos de Mazón, sino el silencio de sepultura que ha envuelto la figura de Alberto Núñez Feijóo. El líder del PP se debate en una crisis profunda por falta de liderazgo y de asunción de responsabilidades sobre el terreno.
La gran incógnita que queda en el aire es demoledora: ¿Por qué Feijóo no movió todos los resortes para que Mazón cogiera la puerta y se fuera inmediatamente?
La tardanza y la pasividad de Génova han consolidado una imagen de debilidad que contrasta con la trayectoria que Feijóo pretendía importar de Galicia, donde el debate político, salvo alguna boutade puntual, se desarrollaba con el respeto que merecen todos los representantes del pueblo.
El PP se arriesga ahora a pagar un precio muy alto por esta gestión de crisis. Feijóo ha quedado expuesto, y salvo un milagro de Tarso que le devuelva la visión política y la firmeza moral, será el siguiente en afrontar una crisis de confianza que puede llevarlo a la dimisión.
La política necesita líderes que asuman responsabilidades sobre el terreno. Cuando se antepone el interés de partido (evitar elecciones) a la decencia de un acto de verdadera responsabilidad (dimitir y convocar), se traiciona el mandato ciudadano. La única forma de redención para Feijóo es demostrar que aún le queda una pizca de decencia, exigiendo una solución que no sea la continuidad forzada y opaca que Mazón ha dejado como herencia.