Orillamar. Por Jesús Suárez

@jsuarez02111977

El fútbol nació en el polvo, en rodillas raspadas y pulmones llenos de frío. No nació en academias esterilizadas. Nació como nació el Orillamar: de barrio, de calle, de necesidad. De gente que vivía a dentelladas.

1925.
Ahí estaba Rodrigo García Vizoso, federando al Racing Orillamar mientras medio mundo ni sabía ubicar Monte Alto en un mapa.

1930.
Se forma el Orillamar C.F., sin federarse porque hasta para soñar hay quien quiere llaves y rejas. Pero la pelota siguió rodando igual: La Torre, La Luna, San Diego. Cada esquina era un partido. Cada piedra un defensa.

14 de mayo de 1947.
El barrio hace lo que el barrio siempre hace: juntarse para no romperse.
Orillamar + Galicia Herculina.
No fue una fusión. Fue una declaración.
Aquí hay raíz.

1956.
El año que importa.
El nacimiento de el Orillamar que hoy conocemos.
No con patrocinadores ni discursos.
Con Saturno Vázquez y Javier Ranz levantándolo desde abajo.
Sede en c/ Orillamar, 10 (bajo).
Pared gastada. Gente firme.

Después vinieron los traslados:
Bar David.
Bar Vicente.
Bar Beade.
Orillamar 82.
Travesía Veramar 4.
Hasta llegar a Fuente Seoane 14, la casa actual.
Cada mudanza llevaba el barrio dentro de una caja de zapatos.

1960.
Empuja la puerta Emigdio López Casanova.
Federación. Organización. Camino.
Pero federarse no hace fuerte a nadie.
Fuerte es quien aguanta.

4 de mayo de 1963.
Primer partido oficial.
3–0 al Maravillas en La Granja.
Entrenador: Ernesto López Currás.
Ese día no se ganó un partido. Se afirmó una identidad.

Luego vino el fútbol sala.

1973.
Juegos Don Bosco.
Infantil, Juvenil y Veteranos.
Tres equipos. Tres campeonatos.
Al mando en veteranos: Emilio Rey “Pichi”.
Nombre de los que dejan huella.

Mientras otros presumían grandeza,
el Orillamar hacía algo mucho más serio:
formaba personas.

De estas calles salieron chavales que luego vistieron el escudo del Dépor y ganaron campeonatos juveniles nacionales:
Xaco.
Pablo López.
Moscoso.
Víctor Pérez.
Cuando se habló de ellos, pocos dijeron dónde aprendieron a mirar de frente.
Aquí.
Siempre aquí.

En 2012, algunos hablaron de “renacimiento”.
Para renacer hay que apagarse.
El Orillamar nunca se apagó.
Estaba trabajando.

65 años.
Sesenta y cinco inviernos de viento en la cara.
Sesenta y cinco veranos de polvo en las medias.
Goles gritados sin micrófonos.
Derrotas que dolieron como tatuajes.
Victorias que no necesitaron escenario.

Hoy, decir el Orillamar es decir:

Seguimos.
Firmes.
Enteros.

Lo que el barrio levanta, no lo derriba nadie.

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