El sábado 5 de Mayo de 1984 será recordado como la fecha en que el Athletic de Bilbao obtuvo su último título reseñable, una Copa del Rey. Fue en aquel partido contra el Barcelona de Maradona, culminado con una tangana con más leches que en la fábrica de CLESA y más patadas que en un filme de Chuck Norris.
Por aquellos tiempos Bilbao y Euskadi eran diferentes y, en muchos aspectos, peores. El Nervión era un lodazal, ETA mataba a espuertas, la histórica siderurgia vizcaína se iba a pique, el paro se disparaba y la emigración cuasiobligatoria era moneda común. Hace cuatro décadas el Guggenheim y su tirón no eran siquiera una ensoñación, el cese de la violencia política semejaba una quimera y la futura prosperidad y pujanza de esa tierra se atisbaban muy distantes.
Hoy, la capital vizcaína es la envidia de muchos. El nivel de vida es de los más altos de España, la reordenación urbanística y embellecimiento de la ciudad es de sobresaliente y los principales sectores económicos aguantan con nota los últimos embates de pandemias y crisis económicas.
Lo que no cambió desde 1984 es el hambre futbolística del LEÓN. El Athletic de Bilbao es el único club del mundo de élite que solo admite en su plantilla a jugadores nacidos, criados o relacionados de alguna manera con lo que muchos llaman Euskal Herria (inclúyanse a Navarra y las tres provincias francesas de Iparralde, y no discutan tal denominación so pena mínima de ser tildados de fachas).
Esa filosofía es marca de la casa y una mayoría lo considera una suerte de un orgullo patrio, otros lo tachan de mero egocentrismo futil; los menos, de una política económico-deportiva discutible llegado este 2023.
Ese espíritu ha llevado, guste o no, a que los bilbaínos deban nutrirse necesariamente de un mercado muy cerrado, pervirtiéndolo al limitarlo de tan estricta manera. O dicho de otra forma, a crear y mantener un status quo singular sobre el intercambio de jugadores. Sólo se dispone de los vascos o los vascables (oriundos de la tierra por vía materna, paterna o abuelística o por asentamiento). Ello ha generado que la escasa oferta existente sea muy cara. Fichar desde Ibaigane es muy oneroso.
Además, los que pelotean sobre el césped se saben casi irreemplazables y suelen estar pagados por encima de su coste real en el mercado, ya que su eventual sustitución por otro jugador de su talla es harto compleja.
Hay otra particularidad reseñable. Athletic, Real Madrid, Barcelona y Osasuna, no son, a diferencia del resto de clubs hispanos, sociedades anónimas deportivas, SAD. Son propiedad de sus socios. Ello deviene de una resolución político-jurídica pastelera del año 1990, la afamada ley del Deporte. No hay pues un accionista mayoritario que pueda dar un giro de timón, sea para mejorar o para naufragar.
Pero los datos son esclarecedores. Desde 1984 el Athletic ha perdido seis finales de Copa del Rey, alguna de la antigua UEFA y en contadas ocasiones se ha encaramado a puestos de Champions. Ello no ha obstado para que en algún momento, alguien se plantee abordar serenamente el temido anatema. ¿Debemos fichar cada temporada a un par de buenos jugadores españoles/no vascos o extranjeros que eleven el nivel competitivo?
La Real Sociedad, que otrora sólo se nutría de la cantera donostiarra, lo hizo ya hace lustros y con muy aceptables rendimientos económicos y deportivos. Los Kodro, Griezman, Silva, etc ayudaron a subir el listón de una entidad que seguía y sigue apostando fuertemente por lo local, complementándolo puntualmente con lo foráneo.
Normalmente, el bilbaíno es un club sin serios problemas financieros, el séptimo u octavo presupuesto de la LIGA. Su masa social es súperfiel, numerosa y de cierto nivel adquisitivo y todo ello ayuda mucho.
Pero esa misma afición empieza a estar harta de los años de la marmota. Casi siempre octavos en liga, casi siempre rezando para entrar en la European League, casi siempre arañando el añorado alirón copero. Demasiados casis en la tierra de los cachis en la inminente Aste Nagusia, el festejo local.
¿Llegó la hora de cambiar de estrategia? Una, antaño ultrarojiblanca y defensora de su perenne norte hacia lo de casa, aboga ahora por un nuevo rumbo. Apuéstese por el modelo de Donosti. Lezama sí, pero no sólo Lezama.
Ábranse las puertas al campo. Fíchese a un brasileiro goleador, a un buen descarte madridista o culé, a un central alemán en crecimiento o a un africano bregador y corredor. ¿Por qué no? Nada resiste históricamente al paso del tiempo. Tal vez lo que otorgaba títulos en 1984 en forma de amor a los colores y derroche de energía en el campo, no valga ya con el transcurrir de los años para luchar de tú a tú con conjuntos de galácticos multimillonarios, de la globalización futbolística y del parné (sobre todo mozárabe) como dios absoluto.
Ojalá la suerte, la garra, el talento y/o el sugerido giro de estrategia vuelva a provocar que el león vuelva a rugir con grandeza y que la vieja gabarra, ya llena de telarañas, surque por fin la (gracias a Dios) adecentada ría de Vizcaya.
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