Más de 200 millones de niños en todo el mundo luchan cada día por llegar al día siguiente con algo para llevarse a la boca: cambiarlo también está en nuestras manos
La mayoría de los inputs que nos llegan durante estas semanas apelan a la magia, la felicidad de unas fechas sobre el papel marcadas como especiales, pero que también pueden ser especialmente duras para aquellos que se quedan por debajo de esa primera línea de la foto navideña. Las luces iluminan nuestras urbes, la gente camina apresurada en muchas ocasiones rumbo al reencuentro con sus queridos y, sobre todo, las superficies comerciales logran un volumen de negocio mayor que nunca, después de que la sociedad 2.0 haya conseguido mercantilizar hasta el último segundo de la Navidad.
Acostumbramos a decir, especialmente cuanto más se acerca la hora de sentarnos en la mesa navideña, que incluso nos gusta sentirnos mejores personas, y se enciende la lucecita de la caridad, o intentamos satisfacer ese anhelo de sentirnos mejores con pequeños gestos que, seguramente, no hubiéramos realizado durante otra época del año. Sin embargo, como se suele decir, todo eso está muy bien, pero mejor estaría si fuese todo el año.
Si se pone en perspectiva nuestra gran cena familiar respecto a la situación a nivel global en primer lugar debemos sentirnos unos privilegiados. En el conjunto del Globo hay todavía 200 millones de niños que sufren cada día los efectos del hambre, que no tienen qué llevarse a la boca y para los que cada jornada es una lucha para llegar a la siguiente.Es por ello que iniciativas como la comida de Navidad solidaria que Azada Verde celebra todos los años el día de Navidad para unos 214 niños y niñas huérfanos de Mozambique, son fundamentales para tratar de aliviar un poco esa situación.
Resulta paradigmático el caso de Azada verde en muchos sentidos, pero dentro de esa situación especialmente alarmante sobresale el caso de Mozambique, donde la ONG centra buena parte de sus esfuerzos. Casi la mitad (un 43 por ciento) de los niños menores de cinco años son víctimas de la pobreza y el hambre. Además, el hecho de que buena parte de ellos sean huérfanos genera un condicionante vital prácticamente desde la cuna. Por eso, Azada verde también mira hacia el programa de acompañamiento en los estudios.
Un año completo de ‘alimentación’ a base de shima, que no es otra cosa que agua con harina, arroja enormes deficiencias nutritivas en la población. El programa Escolas de Paz de la ONG Azada verde ofrece el día 25, por Navidad, una comida especial para hacer de las navidades algo especial para 200 niños mozambiqueños sin más esperanza que una ayuda que está en nuestras manos.