No me siento realizado… Por Miguel Abreu

por Miguel Abreu

Como profesional, como diácono, como persona. ¡No es una queja! Es la constatación de una madurez que se va apoderando del niño, del joven, del adulto. Es un proceso de crecimiento que tiene en sí alegrías, tristezas, logros, dolores, una infinidad de sentimientos que, al tener diferentes tonos, se vuelven complementarios y necesarios para completar mi humanidad.

Soy un ser en camino, no soy un producto final ni terminado. Solo un instrumento idealizado y hecho para el servicio a la humanidad. Instrumento que se va afinando en el tiempo, en el espacio y en la relación. Entre silencios, siempre habrá muchas y buenas obras por hacer. A pesar de lo mucho que pueda parecer, siempre llegaré con las manos vacías porque lo realizado siempre será muy poco, o incluso nada.

Hay una dulce nostalgia que va envolviendo esta única vida. Vida que se renueva a partir del saber ser amado y del amar. Así, en este acelerado andar que el reloj no logra seguir, el ser se va desvelando poco a poco para darse a conocer a sí mismo. Hay una eternidad por construir, donde vivo y viviré todos los tiempos sin tiempo. La complejidad no reside en la vivencia del tiempo, en el espacio y en la relación. Está como entrañada en mi libre forma de ser. Ahora bien, si como ser creado por Dios mi humanidad en su esencia es perfecta, la materialización de esa humanidad en lo que soy, como persona libre de ser, es motivo de la imperfección e incompletitud de mi modo de vivir. La esperanza que me anima es ser un ser siempre en construcción.

Foto portada: Miguel Abreu

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