Bellinghan, el Real Madrid y la llorera eterna. Por David Otos

Aquí estamos otra vez. Como siempre. Como cada vez que al Real Madrid le sale mal una jugada y los árbitros, por algún extraño milagro, deciden aplicar las reglas. Aquí estamos, asistiendo al espectáculo habitual: el madridismo llorando, la prensa de rodillas, los tertulianos montando un circo y el club moviendo los hilos para que se haga justicia. Su justicia, claro, la que dicta que el Madrid es intocable, inmaculado, por encima del bien y del mal.

La historia es simple. Jude Bellingham, el nuevo mesías blanco, el niño bonito que juega con la arrogancia de quien se cree inmortal, insulta a un árbitro en la cara. Porque sí, vamos a llamarlo por su nombre: insulto. Nada de malentendidos, nada de interpretaciones dudosas, nada de matices lingüísticos. Le suelta un fuck off con todo el desprecio del mundo a Munuera Montero, un gesto de superioridad de esos que se aprenden en los vestuarios de los equipos que creen que las reglas son para los demás. El árbitro, por una vez con dignidad, lo manda a la calle. Y ahí es cuando arranca la ópera bufa.

Porque claro, el Real Madrid no está acostumbrado a que le tosan. No está acostumbrado a que un árbitro le ponga en su sitio. Y entonces empieza la maquinaria: las portadas de los diarios deportivos convertidas en panfletos de guerra, los programas de televisión berreando por la injusticia, los tertulianos de la Central Lechera con espuma en la boca pidiendo cabezas. Todo, porque un árbitro, por una vez en su vida, hizo lo correcto.

Y aquí es donde el circo alcanza el nivel del esperpento. La versión oficial, difundida por los sumos sacerdotes de la propaganda blanca, es que Munuera Montero no sabe inglés. Que ha confundido fuck off con fuck you. Que en la Premier esto no pasa. Que pobrecito Bellingham, él no quería ser grosero, solo estaba manifestando su frustración de una manera “culturalmente diferente”. Claro, porque todo el mundo sabe que un inglés puede mandar a la mierda a un árbitro y no pasa nada. Es su forma de expresarse. No como si lo hiciera un jugador del Getafe o del Cádiz, que entonces sería una falta de respeto intolerable.

Y lo más patético no es eso, sino la actitud del Real Madrid. La de siempre. La del club que nunca pierde, que nunca acepta un castigo, que se cree por encima del reglamento. La de los que se indignan por una expulsión pero se callan cuando les regalan penaltis, cuando les alargan los descuentos hasta que marcan el gol, cuando el VAR misteriosamente deja de funcionar en el momento clave. La de los que llevan décadas lloriqueando por un villarato imaginario mientras se llevan ligas y Copas de Europa a golpe de favores arbitrales y presiones institucionales.

Porque esa es la clave: la presión. El Madrid no pelea en el campo, pelea en los despachos. No compite en igualdad de condiciones, compite con la prensa arrodillada, con los comités temblando, con los árbitros mirando al cielo antes de pitar un penalti en contra. ¿O creen que es casualidad que ya estén intentando retirar la sanción? ¿Que el club haya montado una campaña para vender la idea de que fue una injusticia? ¿Que en menos de 48 horas ya estén moviendo los hilos para que todo quede en nada?

Porque esa es la verdadera cara del Madrid: un club que no sabe perder, que no acepta la realidad, que cree que todo le pertenece. Un club acostumbrado a que el sistema se doblegue a su voluntad. Un club que cuando le pitan en contra, cuando le aplican las normas como a los demás, cuando alguien tiene la osadía de tratarle como a cualquier equipo, monta una crisis de Estado.

Lo de Bellingham no es un error. No es un malentendido. No es un árbitro incompetente. Es la demostración de lo que pasa cuando el Madrid no consigue salirse con la suya: llora, grita, patalea y mueve los hilos para que todo se solucione. Y si no lo consigue, entonces empieza la guerra.

Tiempo al tiempo. A este paso, la culpa de la expulsión la va a tener Munuera Montero, Osasuna, LaLiga, el gobierno, la UEFA y hasta el cambio climático. Lo que sea antes de admitir lo evidente: que el Madrid, una vez más, no soporta que le traten como a los demás

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