José Manuel Cancela. Hoy escribo esto con el corazón hecho un puño. Con los ojos todavía húmedos. Conmovido.
Porque cuando uno se encuentra de frente con la belleza, con la verdad, con la música que no suena, sino que te atraviesa, lo único digno que se puede hacer es dar las gracias.
Gracias, José Manuel. Por existir. Por seguir creyendo. Por no haberte rendido nunca. Por haber hecho de la música no una profesión, sino una forma de vivir. Un acto de fe.
Tú naciste en Alemania, sí. Pero solo por accidente. Porque cada célula de tu cuerpo grita Galicia. Porque tienes la morriña en las manos. Porque llevas en la sangre a tu madre, de Loureda, y a tu padre, de Oseiro, en Arteixo. Porque eres de esa Galicia callada, verde, profunda, que no presume, que no grita, que siente.
Eras un niño cuando la música te tocó. Te tocó de verdad. Como un relámpago. Como una promesa. La viste salir de una gaita y supiste que ya no podrías vivir sin ella. Fuiste con tu padre a la calle Real de A Coruña a por una gaita de juguete. Y te la llevaste a Alemania como quien se lleva una espada a la guerra.
Mientras otros jugaban, tú te encerrabas a estudiar. A tocar. A sentir. A desvivirte. Dijiste que no necesitabas álgebra para ser músico. Y tenías razón: tú naciste sabiendo lo que muchos jamás entenderán. Que la música no se aprende, se lleva dentro.
Tu obsesión, tu disciplina, tu talento te llevaron lejos. Muy lejos. Hasta Berklee. Hasta lo más alto. Una carrera de cinco años que tú hiciste en dos. Porque cuando el alma tiene hambre, el tiempo no importa.
Y empezaste a volar. A tocar con Celia Cruz. Con Marc Anthony. Con Jennifer López. Con Janet Jackson. Con David Bisbal. Y —permíteme decirlo así, con los ojos cerrados y el corazón en la garganta— tocaste con U2, en la gira del Beautiful Day.
Beautiful Day, José Manuel. Esa canción que a mí me ha salvado tantas veces. Esa gira que fue himno de una generación. Tú estabas ahí. Con ellos. Con Bono. Con The Edge. Viviendo el momento donde el arte se convierte en eternidad. Y estabas tú. Un genio gallego. Allí. Entre los más grandes.
un día, el 11 de septiembre de 2001, no cogiste un avión. Dormiste. Te quedaste. Te salvaste. Ese avión golpeó una torre y cambió el mundo. Pero a ti te cambió el alma. Decidiste parar. Respirar. Y crear.
Y lo que hiciste después es aún más grande. Pusiste música a películas como Creed, a Beautiful Creatures, a campañas internacionales, a grandes producciones. Ganaste cinco Emmys. Te sentaste a la mesa de Hollywood. Y no de cualquier forma. Te sentaste con los grandes. Aprendiste del más grande: John Williams.
Lo digo despacio. John Williams.
El que compuso nuestras infancias, nuestras lágrimas, nuestras victorias.
Y tú, José Manuel, gallego de Oseiro y Loureda, estuviste ahí. A su lado. Como igual. Como hermano en la música.
Cuando hablé contigo, no pude evitar preguntártelo. Cuando uno ha tocado la gloria, ¿qué queda? ¿Qué te falta? ¿Qué espina te queda clavada, después de haber hecho lo que pocos han soñado?
Y entonces bajaste la mirada. Y en ese gesto tuyo, José Manuel, lo entendí todo.
Lo dijiste sin rabia, sin queja, sin rencor.
Lo dijiste con el alma: “Me falta ser reconocido en mi tierra. En Galicia. En la Galicia de mis padres. En la Galicia que me recorre el cuerpo de arriba abajo.”
Y ahí se me partió el pecho.
Porque no puede ser. Porque no es justo. Porque esta tierra que tantas veces se da la vuelta ante sus hijos más brillantes no puede volver a fallar. No contigo. No después de todo lo que has dado.
Tú, que llevas Galicia a cada nota. Que has hecho del folclore raíz, del piano puente, del arte bandera. Tú, que has puesto a esta tierra en lo más alto del mundo sin pedir nada. Tú, que no buscas homenajes, pero los mereces todos.
Así que déjame que al menos desde aquí, desde estas palabras, te lo dé yo. Que te abrace Galicia a través de mí. Que te abrace tu gente. Que te diga gracias. Gracias por no olvidarnos. Gracias por no soltarnos. Gracias por seguir componiendo con la ternura de un niño y la grandeza de un dios.
Gracias, genio gallego.
Tarde o temprano, tu tierra lo sabrá.
Yo ya lo sé. Yo no pienso olvidarte.
Nunca.